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miércoles, 1 de febrero de 2023

Sin migas de pan

Echo de menos cuando mamá descolgaba el teléfono y podíamos hablar. Su voz, su voz llena de vida antes de extraviarse en la tarde. La enfermedad avanza ajena a los sentimientos, ajena a la razón, devorando recuerdos. Ya no se me rompe el corazón cuando contemplo su mirada perpleja, la mirada de una niña perdida en el bosque sin migas de pan en los bolsillos. Donde latía mi corazón ahora hay un pozo oscuro, denso, a veces palpitante, a veces muerto.

viernes, 21 de agosto de 2020

Un camino de migas de pan

Me digo una y otra vez que todo está bien, me lo repito como si estuviera cuerdo. Porque nada está bien siempre y del todo, no funciona así; porque nada es demasiado algo exactamente. El sufrimiento acompaña a la alegría cuando uno se aleja un poco y lo mismo sucede al revés; la felicidad, con el tiempo, siempre acaba venciendo a la tristeza, lo sé por personas a las que amo y viven a mi lado y sufrieron mucho y ya no lo hacen. ¿Quiere decir eso que debamos engañarnos? ¡No, todo lo contrario, exactamente todo lo contrario! Si vivir -gozar y sufrir- no sirve para aprender algo; si no sirve, por ejemplo, para aprender a hacer un camino de migas de pan en el bosque, ¿de qué sirve?

Debemos llorar y debemos reír. Incluso casi siempre, durante casi todo el tiempo, no debemos hacer ninguna de las dos cosas: sólo respirar y dejarnos arrastrar por lo incontenible: el calor, la lluvia, el viento, el silencio.

martes, 7 de marzo de 2017

Gorriones

Hoy ha sido un día muy bueno -básicamente lo que viene a ser un día normal para casi todo el mundo- porque no he sufrido más de la cuenta y sin motivo. Y eso que los martes también abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete concretamente, y acabamos los cinco derrotados. Al salir de la oficina mis compañeros y yo hemos hecho notar que ya no era de noche. Cada día la luz dura un poco más.

En los ratos en los que no había clientes miraba por uno de los ventanales y observaba con placer a los pajarillos que pueblan el pequeño jardín que nos rodea. He visto una pareja de verderoles que se perseguían junto a un muro como si estuviesen en celo, y también una lavandera -qué raro verla tan lejos del agua-, y los pequeños carboneros comunes que abundan en invierno a nuestro alrededor y comen el fruto oscuro de unos pequeños árboles de la acera cuyo nombre desconozco. También había gorriones, mis preferidos.

Me gustan tanto los pájaros pequeños. No tengo nada contra las cigüeñas, son espectaculares como pterodáctilos primitivos, su planeo nos remonta a tiempos en lo que ni siquiera existíamos como especie; tampoco tengo nada contra los buitres de inmensas alas que a veces giran en grupo cerca de la autovía camino de Zaragoza: un jabalí o una oveja muerta, cualquier cosa muerta: son el resultado de una naturaleza grande y pesada y necesaria sobre cuerpos muertos y grandes y pesados y necesarios.

Pero yo adoro al humilde gorrión cazador de migas de pan y restos de chucherías y lo que sea menester entre las ruedas de nuestros coches, las mesas de las terrazas, nuestra cercanía alimenticia. Su redondo cuerpo de plumón en invierno. Su resistencia y alegría infinitas en las mañanas más frías.

sábado, 17 de agosto de 2019

Diecisiete de agosto

Un anuncio de publicidad me ha hecho recordar la época en la que mi hijo y yo dormíamos juntos la siesta en el sofá, su pequeño cuerpo sobre el mío, la saliva de su boca en mi camiseta o en mi pecho desnudo. Imagino que subía y bajaba al ritmo de mi respiración. Entonces a él no les molestaban mis ronquidos ni a mí el calor que debía despedir su pequeño cuerpo.

Le inculqué sin darme cuenta mi amor a las carreras de coches, y recuerdo despertarlo a las seis de la mañana para ver juntos más de uno y más de cinco grandes premios de Fórmula Uno de Australia o Japón. Yo me sentaba en el suelo con la espalda apoyada en el sofá y él se sentaba en mi regazo y solía volverse a dormir.

Nadie me robará eso jamás. Ahora mide un poco más que yo y es guapísimo, al menos a ojos de su madre, su padre y su novia. Ahora es un hombre con las ideas claras, generoso, valiente y tan rojo como yo. Un buen ser humano capaz de hacer felices a muchas personas, un buen humano capaz de recibir y entregar, consciente como su hermana de lo que está sucediendo en nuestro planeta. En este diario tan antiguo he dejado migas de pan de su crecimiento. Desde que iba a buscarlo al colegio hasta hoy. Imagino que para eso sirven los diarios. Son mapas, mapas para ser capaces de regresar en la memoria mientras el futuro se precipita hacia nosotros.

jueves, 28 de marzo de 2019

Veintiocho de marzo

No habrá en la historia del universo otro día exactamente igual al de hoy. Hace mucho tiempo leí un artículo que explicaba el tiempo del siguiente modo: un vaso de vidrio al borde de una mesa cae y se rompe en pedazos al golpear el suelo de la cocina. Eso es el tiempo. Podríamos recoger los restos de ese vaso y pegarlos uno a uno hasta reconstruirlo, pero ya no sería el que estaba, minutos antes, intacto al borde la mesa. Sería otra cosa. Lo comprendí enseguida. El tiempo es eso.

Cada día de nuestra vida es un vaso que cae en el sueño de la noche. En mi inútil rebelión contra la ciencia y la física estos textos podrían ser, de algún modo, un intento de recuperar lo posible sabiendo que es imposible. Es la reunión de algunos restos. Migas de pan en la oscuridad del bosque.

Puedo leer en este diario lo que sentía al ir a recoger a mi hijo al colegio cuando era pequeño y corría feliz hacia mí arrastrando la chaqueta por el suelo, y emocionarme al hacerlo. Pero aquel momento existió y murió. Nunca volverá a existir como nunca él será otra vez un niño ni yo un padre de cuarenta años. Y no pasa nada. Sólo escribo sobre ello. Todo es como debe ser. Doy testimonio nada más.

jueves, 21 de enero de 2010

Migas de pan

A veces tengo la sensación de que cada día sin escribir se disuelve detrás de mí como si nunca hubiera existido, pero yo no pertenezco a la antigua raza de la época del sueño, no soy uno de los gigantes que salieron del mar para crear el mundo nombrándolo y señalando sus árboles, sus montañas, sus ríos; yo pertenezco a la raza del tiempo veloz, este tiempo que se precipita día y noche, también mientras duermo.

A veces tengo la sensación de que cada día sin escribir es una miga de pan que se ha comido un pájaro. No encontraré el camino de vuelta. Me perderé en el bosque. Desapareceré para siempre.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Migas de pan

Camino entre los árboles
sin blancas migas de pan
que me guíen
bajo la luna llena.

No viajo solo y
al mismo tiempo
viajo solo.

Más allá del bosque
me aman.

+

domingo, 25 de abril de 2021

En medio del bosque

La noche avanza. Nunca deja de hacerlo. Lo hacía antes de mí y lo seguirá haciendo después de mí y mis descendencientes, si llegaran a existir; durante miles de millones de años, si llegaran a existir. Todo está bien. Los volcanes lanzan al cielo lo que la superficie oculta, los polos se funden poco a poco y las cosas cambian. Nadie de entre quienes vivimos ahora estamos fuera de la existencia actual, de la realidad evidente. Somos, como mínimo, testigos. Sé que es increíble. Debo articular, para entenderlo, que es normal. Todo está bien. Trato de comprender y explorar y dibujar un mapa de migas de pan. La noche avanza. Estoy tan cansado. Cerraré los ojos quieto en medio del bosque, como si estuviera soñando.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Los pájaros se las comerán

Cada día me importa menos escribir. Es una sensación, aunque me resulte a mí mismo difícil de creer, inversamente proporcional a todo lo que me interesa, que cada día se expande como el universo entero.

Hablo de objetivos, de ambición: olvidé hace tiempo en qué consistían. Nada de todo eso me preocupa mientras contemplo cómo el horizonte se amplía y crece hasta no alcanzarlo con la mano.

Sólo me gustaría seguir explorando, explorar hasta que las últimas fuerzas me abandonen, y acaso también un poco después, porque a cada paso todo continúa sorprendiéndome aunque, no sé por qué, he perdido interés en dejar migas de pan, hacer un mapa, dar testimonio.

Seguramente han sido demasiados años. Cuatro estaciones una detrás de otra y la quinta: mi desnudez.

miércoles, 30 de enero de 2019

Treinta de enero

Son casi las nueve de la noche y pienso: "todavía no he escrito mi entrada del día". No me agobia, son tantos años escribiendo este diario. Pero de algún modo ese pensamiento me plantea la siguiente pregunta: ¿es necesario escribir? Evidentemente no. Por eso escribo, porque no es necesario.

No es necesario dar testimonio: este acto diario es producto de mi pura voluntad. Dejar estas migas de pan en el suelo mientras me adentro en el bosque, eso sí procede de mí.

viernes, 25 de febrero de 2011

56

Despierto de una siesta de inmersión abisal y decido quedarme quieto sobre la cama sin deshacer, cubierto con una manta liviana. He dormido durante una hora y media y me siento como si acabase de regresar de un lugar muy profundo. Vuelvo a cerrar los ojos pero no encuentro nada, no hay migas de pan en el bosque oscuro. La luz de la tarde se cuela en el dormitorio para que crea en el mundo.

lunes, 31 de enero de 2022

Tampoco

Ni yo mismo soy capaz de comprender la desfachatez de escribir cada día como si mi vida fuese interesante. A menudo creo que lo que hago es, como en el cuento, dejar migas de pan en el suelo del bosque en el que me he perdido, por si quisiera buscar alguna vez el camino de regreso; a veces pienso que hago un croquis en la servilleta de un bar para indicaros cómo llegar a un lugar que desconozco.

He aprendido que nada tiene demasiada importancia. Tampoco nuestra poca importancia.