jueves, 31 de diciembre de 2009

Musgo

La lluvia nos acompañó durante todo el viaje, una lluvia suave y constante que continúa cayendo en la noche que cubre los bosques que nos rodean. Mis padres, hermanos y sobrinos vinieron ayer a la casa y a nuestra llegada el lugar ya había sido ocupado por el clan, diecinueve personas más otra que crece en el vientre de su madre. Dentro de unas horas cenaremos y brindaremos para que el nuevo año que comienza sea benévolo con nosotros. Si la leña arde en la chimenea y la lluvia empapa el musgo en la oscuridad, ¿cómo no tener esperanza en el futuro?

martes, 29 de diciembre de 2009

Toki Ona

Todavía no ha llegado el paso de año nuevo y ya comienzo a elaborar mi lista de buenos propósitos. Siempre es la misma, lo que dice mucho de mi escasa fuerza de voluntad, y también siempre sostengo cierta esperanza en cumplirla, lo que dice algo de mi ingenuidad. Pero ahora es momento de envolver regalos y comenzar a preparar el viaje de pasado mañana a Toki Ona, que significa «Lugar bueno» en euskera. El propósito principal de mi lista, teniendo en cuenta las comidas y cenas que me esperan, deberá esperar a los Reyes Magos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

De clérigos

Nunca presto mucha atención a las proclamas y doctrinas de los clérigos católicos, al fin y al cabo a mí no me conciernen, no soy miembro de ese club y no otorgo autoridad alguna al papa o los obispos, del mismo modo que no otorgo ninguna autoridad a los demás representantes de las otras ofertas religiosas actuales. Los observo con curiosidad, eso sí, pues no deja de sorprenderme el empeño que tienen todos ellos en que quienes no creemos en sus supersticiones actuemos exactamente como ellos dicen, una falta de respeto verdaderamente inaudita.

Hoy he leído que el papa, apoyando un acto de los obispos españoles en defensa de la familia (de la familia «católica», habría que precisar), ha dicho lo siguiente: «La familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos". Ahí queda eso. Lo primero que he pensado es en mi familia, claro. Yo estoy casado con una mujer y tengo dos hijos. Es cierto que intentamos inculcarles valores que hagan de este mundo un lugar más justo, más humano, más decente, pero esos valores huyen drásticamente de la religión para acercarse a la razón, la ciencia, el arte, la sensibilidad, el sentido de la justicia. En la escuela de mi familia enseñamos a nuestros hijos que para formar una familia sólo hace falta amor y responsabilidad, no dos sexos determinados y unas normas pautadas por el sanedrín. Así que se da la paradoja de que yo cumplo la palabra del papa, pues inculco a mis hijos valores que dignifican a la persona, pero la cumplo en dirección distinta a la que su secta propone, pues mis valores comienzan por el rechazo a cualquier religión, un rechazo proporcional al impulso de la curiosidad, la investigación, las preguntas sin respuesta previa, la evidencia de que nuestra vida es una experiencia absolutamente personal. ¿Nihilismo? No: exploración.

Hace tres o cuatro años regresaba del colegio de mi hijo con él de la mano cuando un compañero suyo que caminaba a nuestro lado y que asistía a la catequesis previa a la comunión le preguntó: «Oye, Miramón, ¿qué os enseñan en la clase de Ética?». Carlos contestó: «Pues que tenemos que querernos todos y ser buenos y todo eso, pero sin Jesús ni la virgen».

¿He escrito que no suelo prestar mucha atención a los curas? ¿Opinas que parece mentira después de lo que acabo de escribir? Bueno, en mi descargo diré que es lo primero que redacto al respecto en todos estos años, y añadiré: si ningún católico está obligado a divorciarse, si ningún católico está obligado a casarse con una persona de su mismo sexo, si ningún católico está obligado a hacer esto o lo otro, si efectivamente los católicos pueden hacer lo que quieran según sus preceptos, ¿cómo es posible que el resto de la población debamos asumir como algo normal que ellos pretendan convertir en ley general sus dogmas y creencias, sus valores, su doctrina? ¿Cómo es posible que debamos aceptar eso?

Cuando he leído que el señor Rouco Varela afirmaba que sin las familias cristianas España y Europa se quedarían prácticamente sin hijos, sin futuro biológico, me he dado cuenta de la verdadera dimensión de la desesperación de su iglesia. ¿Acaso no tenemos hijos quienes no creemos en ningún dios? Sí, los tenemos. En realidad, ése es su verdadero problema.

domingo, 20 de diciembre de 2009

De pájaros

Por la mañana fui con Paula al huerto de un amigo a recoger leña de almendro. Al paso de nuestro coche se espantaban bandadas de pajarillos grises en los arbustos junto al camino; en los ralos campos verdes se alimentaban garcetas blancas y, mezcladas con ellas, media docena de circunspectas avefrías.

Al llegar a la finca aparqué junto a la caseta y di voces para hacernos notar. Ángel y su padre vinieron a nuestro encuentro. Llenamos el maletero de leña y, tras darles sinceramente las gracias, fuimos a la sierra de San Quílez a recoger piñas y pequeñas ramas para encender. Detrás de un gran pino derribado por el viento descubrimos el esqueleto de un perro o un zorro, su cráneo intacto, sus costillas blancas sobre el musgo de la ladera.

De regreso a casa vimos picarazas y cuervos en los campos labrados. En la lejanía se escuchaban disparos de escopeta, ladridos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fría y blanca

La noche es fría y negra. Las ventanas de la colmena se irán apagando de una en una hasta ceder el testigo de nuestra existencia a las pálidas, pequeñas, amarillas luces de las farolas en las calles desiertas. Más allá, en campo abierto, la humedad cristaliza minuto a minuto. Pronto vendrá la aurora fría y blanca.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dorm, fillet meu

El lunes escuché una preciosa adaptación de «Lágrima», un tema para guitarra de Francesc Tàrrega, en el programa «Música sobre la marcha», de Radio Clásica. Desde entonces no hago más que cantarla. Pertenece al disco «Nou de Tàrrega», de Manel Brancal, editado por la Universidad Jaume I. He extraído la canción del podcast del programa disponible en la página web de Radio Nacional. Canta Arantxa Domínguez y toca el piano Michel Llorens. «Duerme, hijito mío, duerme sin miedo, mira la luna vestida de espuma, fanal del mundo».

sábado, 12 de diciembre de 2009

Otro planeta

Al fin ha llegado el frío, el frío de verdad, el frío que en este territorio significa niebla, escarcha helada y temperaturas bajo cero. Ah, qué ganas tenía. Cuando ayer por la mañana vi que el termómetro del coche señalaba un grado negativo bajé la ventanilla durante un rato y fui feliz. Los inmensos volquetes amarillos de ruedas altas como una persona, tan parecidos a camiones de juguete, iban y venían a lo largo de las obras de la futura autovía, la luz de sus faros atravesando la bruma a duras penas. Durante un instante tuve la sensación de estar contemplando los trabajos de colonización de otro planeta.

Después del ensayo

lunes, 7 de diciembre de 2009

Escribo esto

Desde el colegio del otro lado de la calle llegan los maullidos y gritos de una gata, ¿es posible que esté en celo en pleno mes de diciembre? Suena el teléfono. Es mi hija, que me llama para que vaya a buscarla. Me visto rápidamente, bajo al garaje, arranco el coche y salgo a la calle desierta. Había olvidado lo agradable que es conducir a través de Zaragoza de madrugada. A medida que voy acercándome al centro comienzo a ver más gente en las aceras: algún caminante solitario, parejas, grupos de jóvenes. Paula me espera en el lugar acordado. Veo que se está despidiendo de su amigo y hago descender el cristal de la ventanilla para ofrecerme a acercarle a su domicilio. Me dice que gracias pero no, que no hace falta. Ella entra en el coche, se sienta a mi lado. Qué guapa está. Jamás imaginé que tendría una hija. Jamás imaginé que sería así. No le digo nada y enfilo la avenida. Los semáforos se ponen rojos y verdes ajenos a la ausencia de tráfico. Paula me cuenta algunas cosas, algunas dudas, lo que han cenado, me dice que tiene mucho sueño. «En cuanto lleguemos a casa podrás irte a la cama, cariño», le digo. Conduzco como si estuviese tocando un violoncello, como si estuviera escribiendo a máquina, como si me dejase llevar por la corriente de un gran río. El navegador de mi cerebro me hace girar en la siguiente calle, tirar recto hasta la rotonda del final y después torcer a la izquierda. Ayer hacía lo mismo al volante de un viejo Seat 127, el corazón henchido de felicidad e ignorancia. ¿Ayer he dicho? ¡Hace más de veinticinco años! Ya hemos llegado. Pulso el mando a distancia de la puerta metálica, entro en sus fauces, maniobro para aparcar. Mi hija y yo atravesamos a pie el garaje de los zombis, aunque ella está tan cansada que ni siquiera es consciente de que conmigo está a salvo. Subimos en el ascensor. Llegamos a casa. Los desesperados maullidos de los gatos siguen alcanzándonos desde las instalaciones del colegio que hay al otro lado de la calle. Me sirvo un whisky con hielo, abro la tapa del MacBook, escribo esto.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Pioneros

Yo me conecté a internet por primera vez en 1996. Lo que entonces caracterizaba a la red era una verdadera sensación de libertad, la posibilidad de compartir sin fronteras, sin límites, la capacidad de explorar el mundo sin que importase vivir en una aldea o en una gran capital. Internet cambió mi vida, y no estoy exagerando en absoluto.

Todos sabemos que la red es un territorio donde abunda el ruido y la inmundicia, una ciudad con sus callejones peligrosos, sus timadores, sus criminales, pero quienes la transitamos diariamente sabemos también de sus tesoros. Para mí el más importante, el que los reúne a todos, es el acceso a la primera biblioteca verdaderamente universal de la humanidad. Sentados a la hora del desayuno en la cocina de nuestra casa podemos echar un vistazo a los agujeros negros fotografiados por telescopios espaciales, leer los titulares de diarios de todo el planeta, visitar museos, mirar fotografías antiguas, consultar críticas de películas, aprender solfeo, descubrir el verdadero rostro de Mozart, leer sus cartas, escuchar cualquiera de sus obras, estar al día de la poesía que se publica en Polonia, descargar la película rusa Solaris, de 1972, en versión original con subtítulos, qué se yo, cualquier cosa, literalmente casi cualquier cosa.

Es cierto que con la aparición de internet todo cambia. Hoy pensaba en los copistas y la aparición de la imprenta que les dejaba sin trabajo. Internet es una imprenta descomunal: todo puede clonarse, copiarse, grabarse, compartirse, llegar a los ojos, los oídos, los cerebros de quienes sienten curiosidad. Y si algo sabemos es que el afán del ser humano es la exploración, y es éste un afán que no puede frenarse de ningún modo (excepto, tal vez, mediante la religión).

Comprendo que para muchos será duro adaptarse a estos cambios. La industria asociada a la difusión cultural no volverá a ser la que era. Ahora mismo todos los elementos están recolocándose, agonizando, naciendo. Yo soy un consumidor habitual de iTunes, por ejemplo, compro mucha música allí a precios razonables, y creo que por ahí van a ir los tiros, no por mantener la venta de discos de los que sólo nos interesan una o dos canciones. Yo no soy ningún experto, sé que hay miles de detalles importantes que se me escapan. Lo que sí tengo claro es que me gustaría que Internet continuase siendo este territorio libre, esta comunidad donde poder compartir las cosas que nos gustan. Sin internet dudo que yo hubiese podido ver la película «El cielo gira», de Mercedes Álvarez, por ejemplo, un bellísimo documental casi imposible de encontrar; sin internet jamás hubiese leído los maravillosos poemas que traduce Abel Murcia en su blog; sin internet no os hubiese conocido a ninguno de vosotros.

No quiero que ninguna comisión ministerial controle todo esto. Si alguien piensa que existe un delito que lo denuncie a la policía, que el juez determine conforme a derecho. No somos delincuentes, sólo somos pioneros.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Filamentos

Despierto mucho más temprano de lo habitual, cuando todavía es noche cerrada en la claraboya sobre la cama. Emerjo de la inconsciencia como el astronauta que ha llegado a su destino tras meses de hibernación. El resto de la tripulación duerme en sus camarotes. En el exterior la luz de la luna llena se difumina y disuelve en una gasa de filamentos de leche.

lunes, 30 de noviembre de 2009

sábado, 28 de noviembre de 2009

Después del ensayo

Somos los últimos clientes del Chanti y las camareras nos esperan con aire cansado. Después de pagar salimos a la calle por la que no circula un alma. Hace días que el ayuntamiento instaló la iluminación navideña, que permanece apagada en espera de las fechas festivas. El pueblo aparece desierto. Nuestras voces, a pesar de hablar en voz baja, retumban entre las fachadas. Poco antes cantaban música de siglos pasados, bellas canciones compuestas por personas muertas, música humana y carnal viajando a seiscientos kilómetros por segundo a través del tiempo.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Tres gorriones

La primera luz de esta mañana de noviembre es cruda y pálida. Tres gorriones vienen a beber agua en los platos de las macetas de la terraza. Contemplar su alegría limpia mi cerebro de oscuridad.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Usted y tú

A medida que voy cumpliendo años con más frecuencia me tratan de usted. Nunca me ha gustado, tampoco cuando era joven. Yo, en cuanto intuyo la mínima posibilidad, trato de tú a los demás. Al cabo de los años he desarrollado cierto instinto para adivinar cuándo puedo permitírmelo, y confesaré que tal costumbre me ha granjeado muy buenos momentos, sobre todo en conversación con personas ancianas que así me lo pedían. No, no me gusta el usted. A menudo he comprobado cómo, detrás de ese tratamiento supuestamente cortés, se escondía el desprecio, el distanciamiento e incluso la prepotencia. Leyendo a Henning Mankell aprendí que en Suecia todo el mundo se tutea sin que eso suponga una falta de respeto, lo cual aumentó todavía más la simpatía que siento hacia el país de Ingmar Bergman.

martes, 10 de noviembre de 2009

La vuelta al mundo

Como los presos que recorren
la celda arriba y abajo
contando sólo los pasos,
no las idas y venidas,
no el muro, sólo
los pasos hasta haber
dado la vuelta al mundo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Fin de semana

Me ducho después de cenar: ¡no me duchaba desde el viernes por la mañana! Tampoco me he afeitado desde entonces, ni me he cambiado de ropa: he pasado los dos días vestido con los mismos pantalones viejos, la misma camiseta de algodón con agujeros, la misma chaqueta azul de lana llena de pelotillas. No he salido de casa para nada, no me ha dado la luz del sol ni me ha embestido el viento que derribó una maceta en la terraza. He leído el último libro de Antony Beevor; he cocinado fabada asturiana, gallos, pimientos verdes fritos, mejillones a la marinera, salmón al horno con patatas, ensalada de aguacate y gambas, jamón con pan con tomate; he bebido vino y whisky; esta misma tarde he planchado una enorme cesta de ropa y un rato más tarde, después de cenar, me he duchado al fin.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Arbustos rodantes

Las nieblas matinales de la semana pasada han sido borradas por el viento que sopla desde el lunes. En la valla metálica que protege la autovía se acumulan los arbustos rodantes que han sido arrastrados hasta allí. El aire es tan transparente que las montañas que se perfilan al final del paisaje, más allá de los rojizos viñedos del somontano, parecen más altas y más cercanas que ayer. Ojalá pudiera seguir conduciendo hasta la última carretera local, hasta el último camino donde dejar el coche, y continuar después a pie ladera arriba, paso a paso, sin desfallecer.

martes, 3 de noviembre de 2009

Tristes trópicos

«Nos encontrábamos en una llanura que probablemente seguía hasta el río Paraguay, tan plana que el agua no llegaba a evacuarse, cuando estalló la tormenta más violenta que jamás he tenido que afrontar. Ningún abrigo posible, ningún árbol se veía en el horizonte: no teníamos más remedio que avanzar, tan chorreantes y empapados como nuestras cabalgaduras, mientras el rayo caía a diestra y siniestra como los proyectiles de un tiro de estacada. Después de dos horas de prueba la lluvia paró; se comenzaron a ver los remolinos que circulaban lentamente por el horizonte, como en alta mar. Pero en la extremidad de la llanura ya se perfilaba una terraza arcillosa, de algunos metros de alto, sobre la cual unas diez chozas se recortaban contra el cielo.»

Tristes trópicos, Ediciones Paidós, 1994 (la edición original es de 1955, Plon, París). Traducción (soberbia) de Noelia Bastard.

Claude Lévi-Strauss, 28-11-1908 / 1-11-2009.

Un magnífico artículo de Xavier Rubert de Ventós.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Todos los santos

Avanzo a través del inmenso centro comercial, abierto en domingo. Hace mucho calor, sobre todo en la zona de las tiendas de moda textil. ¿Cuántas personas nos hemos reunido aquí? ¿Mil, cinco mil, diez mil? ¿Cuántas son portadoras de un tumor que todavía no conocen? ¿Cuántas están pensando secretamente en separarse de sus parejas, pensando en cuándo y cómo se lo dirán? ¿Cuántas a punto de declarar su amor a quien camina a su lado? ¿Cuántas personas de las que me rodean ignoran que todo va a ir bien, que serán felices?

Miro a mi alrededor y pienso en un hormiguero. También los cementerios estarán rebosantes hoy de visitantes de este mundo, ruidosos oferentes de flores armados con gamuzas, limpiacristales, memoria, ternura, nostalgia, fragilidad.

sábado, 31 de octubre de 2009

Como cuando

Es como cuando llega la hora de cerrar la oficina y apagas el ordenador, bajas las persianas de los grandes ventanales, te pones la chaqueta, echas el candado a la puerta y sales a la calle.

Es como cuando después del ensayo con el coro todos comienzan a irse, de uno en uno o en grupos, todavía con la música sonando intacta en sus cerebros, nota a nota, más pura y delicada que en los pulmones.

Es como cuando te quitas la ropa antes de acostarte, como cuando te sientas al borde de la cama y el instante que iba a durar un segundo dura un minuto, y después tres, y cinco.

martes, 27 de octubre de 2009

Niebla y sol

En Binéfar la mañana ha amanecido con una niebla muy cerrada, pero conduciendo hacia Barbastro, de pronto, en un instante, en pocos metros de distancia, he salido al sol.

sábado, 24 de octubre de 2009

Después del ensayo

A la una y media de la madrugada llego a casa hambriento pues no he comido nada desde el mediodía. En la mesa de la cocina han dejado para mí algunos restos: dos trozos de pizza de las que preparé ayer para cenar, un cuarto de tortilla de patatas. Como de pie, sin siquiera cambiarme de ropa. Me sirvo una copa de vino sin dejar de masticar. Qué insano placer saciar el apetito en solitario, ajeno a los modales. En pocos minutos el lobo ha terminado con todo. Se sienta en una silla. Está tan cansado.

martes, 20 de octubre de 2009

Llueve suavemente

Es de noche y llueve suavemente. Se formarán charcos en las rodadas de los caminos del campo. Las hojas de los árboles adelantarán su descenso hacia la tierra atravesando la oscuridad.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los cuervos

A las ocho de la mañana el termómetro del coche señala tres grados. Los cuervos apostados sobre los tubos de riego de los campos de maíz parecen anunciar la llegada del frío. Definitivamente el largo, larguísimo verano de dos mil nueve, pertenece ya al pasado.

jueves, 15 de octubre de 2009

Castañas amargas

Como cada año algunos peatones recogen del suelo las castañas de los árboles que rodean el edificio donde trabajo. Como cada año me abstengo de abrir la ventana para advertirles de que son amargas, que no se pueden comer. ¡Las recogen con tanta ilusión, adultos y niños se llenan los bolsillos de ellas! Por otra parte, ¿cómo sé que este otoño siguen siendo amargas? Yo las probé una sola vez, hace mucho tiempo, y nunca más desde entonces.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Y lo hacemos

Hablamos del futuro, decimos: «Cuando nos jubilemos nos alejaremos del desierto, nos alejaremos de estos veranos que duran seis meses».

Hablamos del futuro y nos imaginamos paseando de la mano a lo largo de playas azotadas por el viento del norte, protegidos por pesadas parkas amarillas.

La arena es oscura, igual que los bosques que se recortan contra el cielo gris. Dices o digo: «Se está haciendo tarde, volvamos a casa», y lo hacemos.

martes, 13 de octubre de 2009

Galletas

Por la mañana salgo a la galería para tirar a la basura los restos de la preparación de los bocadillos de mi familia. En el paisaje todavía oscuro la ventana de una cocina del edificio de enfrente, potentemente iluminada, brilla como el escenario de una pantalla de cine. Allí una joven dispone un mantel individual de color naranja en la mesa de madera, y sobre él un tazón de color azul, y al lado, cuidadosamente, un plato con galletas. A continuación se sienta, la espalda bien apoyada en el respaldo de la silla, y procede a desayunar lenta y meticulosamente uniendo dos o tres galletas, ablandándolas en el café con leche y, acercando la boca a la taza, comiéndolas de dos mordiscos. Cuando termina se levanta y recoge las cosas: las galletas en un armario, el mantel en un cajón, la taza, el plato y la cucharilla en el lavaplatos. Al salir de la cocina apaga la luz y la fachada queda envuelta en sombras. Sobre el tejado del edificio el cielo comienza a clarear débilmente.

lunes, 12 de octubre de 2009

Ojos pequeños

El hecho es que jamás imaginé que me convertiría en el hombre que soy. Que me haría tan grande, que pesaría tantos kilos, que tendría tantas canas. Me miro en el espejo y no me reconozco. ¿Esconden alguna verdad esos ojos pequeños en el rostro tumefacto?

viernes, 9 de octubre de 2009

Cuarentena

Cuando caí enfermo de gripe, algo relativamente previsible teniendo en cuenta mi trabajo, decidí ponerme en cuarentena y mudarme al dormitorio de invitados de la buhardilla. Allí he pasado los tres últimos días, calenturiento y pasivo espectador del funcionamiento autónomo de mi organismo. Siempre me ha fascinado la distancia que existe entre nuestro pensamiento y nuestro cuerpo: mientras yo bebía litros de agua, dormitaba de día y leía de noche, mi sistema inmune, imperturbable y ajeno a los sentimientos, combatía con éxito contra el virus que se había infiltrado en mis células.

El verano no termina de acabar, sigue haciendo calor, las plantas florecen una y otra vez, los insectos van de aquí para allá sin saber a qué atenerse, quienes se precipitaron a cambiar la ropa de los armarios han tenido que volver a sacar las camisetas de manga corta. Yo no le digo nada a nadie, pero en mi interior siento un poco de miedo.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Que mi cuerpo luche

Dos días postrado en la cama con gripe. No recordaba lo mal que se pasa. Escalofríos, dolor de huesos, de cabeza, de garganta, debilidad, mareos. Duermo, me despierto y vuelvo a dormir. El tiempo adquiere otra densidad. Me ducho y a los pocos minutos ya estoy sudando otra vez. No puedo hacer nada salvo dejar que mi cuerpo luche.

domingo, 4 de octubre de 2009

Escardar

Escribir es como cultivar un huerto: a veces hay que podar y escardar. Es el único modo.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Opulencia

Los agujeros de mi vieja, suave, preferida camiseta azul de algodón. Media calabaza del huerto de un amigo asándose en el horno con aceite, sal y pimienta. La palmada de mi mujer en el culo al pasar detrás de mí. El enérgico comienzo del tercer concierto de Brandemburgo. Un whisky con hielo, ni el más caro ni el más barato. Esta inesperada y absurda sensación, clara, sencilla, de que el tiempo me pertenece.

sábado, 19 de septiembre de 2009

La salamanquesa

Me has sorprendido aquí, entre el hibisco y la madreselva. Yo, guiada por un instinto millones de años más antiguo que el tuyo, me he quedado quieta, inmóvil, confiando en pasar inadvertida. Tú te has acercado lentamente hasta detenerte a una distancia prudencial, te has puesto en cuclillas para observarme mejor e, ignorando que soy un animal, has dicho: «Hola, pequeña». ¿Estás loco? ¿Acaso piensas que puedo comprenderte?

Después del ensayo

Después del ensayo con el coro vamos a tomar una copa en el Chanti. La terraza del bar está desierta y en su interior sólo hay seis o siete parroquianos. El frío que a mí me hace feliz espanta a la mayoría de la clientela.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Matinal

Las noticias en la radio de la cocina. El murmullo de las cañerías cuando se abren las duchas. El secador de cabello de Paula. El ruido del papel de aluminio al rasgarlo sobre el borde dentado de su caja de cartón. El clink del microondas. Anoche, por primera vez en dos meses, llovió durante varias horas. La luz ha cambiado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Fuegos artificiales

Mientras escribo suenan los fuegos artificiales. Las explosiones retumban entre los edificios: ¡PUN-KA-PUM! (punkapum, punkapum, punkapum). Las hay secas y rotundas como obuses: ¡BOUM! (boum, boum, boum), y están también esos cohetes que se elevan con un silbido: FIIIIIIIIiiiiiiiiiiiiuuuuuuuu, hasta romper y abrirse silenciosamente en la oscuridad. Permanezco sentado delante de mi mesa. Los he visto muchas veces. Sin necesidad de cerrar los ojos puedo contemplar los fuegos artificiales en el interior de mi cerebro. Esto es algo que, incomprensiblemente, a todos los seres humanos nos parece natural. Cuando escucho la traca final pienso: «Ahora sonarán los aplausos», y suenan remotos, entusiasmados.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una vida normal

Huyendo del ruido me he mudado temporalmente a la buhardilla, al dormitorio de invitados. Aunque mañana sea fiesta en Binéfar yo trabajo en Barbastro y tengo que madrugar. La cama está bajo una claraboya, y como en la planta de arriba se acumula mucho calor la tengo abierta para que se cree algo de corriente con la puerta de la terraza. El resultado es que los sonidos de las ferietas, todos esos bocinazos, micrófonos chillones y música machacona, se cuelan convertidos en un eco amorfo, indiferenciado, falsamente lejano.

Vuelvo a pensar en alguien que atendí por la mañana, una mujer que vive escondida en un pueblo del Pirineo, traumatizada y temerosa de ser encontrada por un ex marido que a punto estuvo de asesinarla. Los pequeños ojos me interpelan desde su desolación, gritan: ¿cómo ha podido pasarme algo así? ¿acaso no merezco una vida normal?

martes, 8 de septiembre de 2009

Ferietas

A pocos metros de mi casa han comenzado a instalar las ferietas de las fiestas patronales de este año, que comienzan pasado mañana, y no, esta vez no voy a dejarme llevar por la negatividad, no diré nada sobre la precariedad y la ausencia de controles de seguridad de unas instalaciones, a menudo semejantes a las de los grandes parques de atracciones, levantadas de un día para otro con ayuda de cinta aislante, cuñas de madera y unas cuantas latas de cerveza; tampoco hablaré de la flagrante lesión a los derechos elementales de los vecinos que suponen la música y las sirenas sonando hasta altas horas de la madrugada, a veces casi hasta el amanecer. No, no lo haré, este año quiero ser positivo, debo comprender que así es el mundo, que el jolgorio colectivo bien merece que no pueda dormir ni leer ni comer tranquilo ni, en fin, ser feliz, durante unos pocos días de mi vida. De hecho tanto he cambiado de actitud respecto a este asunto que he estado a punto de decir que odio las putas fiestas de los cojones y, sin embargo, he decidido callarme.

viernes, 4 de septiembre de 2009

A raudales

Despierto más tarde de lo acostumbrado. La luz entra a raudales en el dormitorio. Levanto el brazo derecho y abro la mano delante de mí, los dedos muy separados, cada milímetro de piel potentemente iluminado por el sol.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Fortuna

Hace dos semanas, caminando descalzo por casa, me golpeé los dedos más pequeños del pie izquierdo contra la pata de un sofá. Me dolió mucho.

Creo que fue al día siguiente cuando la cartera me entregó una multa del Servei de Transit de la Generalitat, setenta euros por circular a ciento dieciocho kilómetros por hora donde la velocidad estaba limitada a cien. En la denuncia había una fotografía trasera de nuestro coche. Por la fecha dedujimos que fue una tarde que llevaba a C. al dentista en Lérida.

El pie me sigue doliendo, aunque cada vez menos. El lunes fui a pagar la multa a la Caixa de Pensions. Las vacaciones de verano se acercan a su fin.

domingo, 30 de agosto de 2009

El río

El río a cuya orilla hemos comido hoy tomates con aceite y sal, ensaladilla rusa que preparé ayer, nectarinas; el río que cantaba entre rocas blancas; el río cerca de la carretera, a ciento dieciocho kilómetros de mi casa y seis de Francia; el río de aguas transparentes, minerales, sin peces; ese río continúa cantando ahora en medio de la oscuridad, piénsalo un instante, su canción no ha cambiado en un millón de años, noches, nubes, auroras, tormentas, zumbido de insectos, el tiempo susurrando en las ramas de los árboles.

viernes, 28 de agosto de 2009

De murciélagos

Después de cenar salgo a la terraza, apoyo los codos en la barandilla y echo un vistazo a la calle. El murciélago de todas las noches revolotea de un lado a otro con una torpeza que, por el bien de su progenie, espero sea sólo aparente.

Desde la izquierda, dos portales más allá del mío, sale una vecina cargada con una bolsa de basura. Viste un conjunto corto de color claro cuya ligereza hace patente el contoneo de sus caderas. Mi teoría inicial de que las contonea debido al peso de la bolsa es respondida cuando, tras haberse deshecho de ella, regresa a su portal contoneándolas exactamente igual. Conozco a esa mujer. Es atractiva. Tiene un Citroën grande que aparca en una esquina del garaje comunitario. Es menuda, de melena azabache y rasgos de india amazónica.

Frente a mí hay dos ventanas con las persianas alzadas unos treinta o cuarenta centímetros. Pertenecen a una pareja joven que instaló mosquiteras. Ella fue alumna de M. El llanto de su bebé rompe el bochorno de la noche. Pronto se enciende la luz contigua al dormitorio del niño y se escucha una voz tranquilizadora, besos, el bebé se calma, llora entrecortadamente, se calla. Puedo imaginar a la madre quedándose un rato más, por si acaso, dándole la mano a la pequeña criatura o tal vez meciendo la cuna hasta caer también ella rendida de cansancio, el balanceo detenido.

A la derecha un padre y su hijo hablan en la acera, el adulto apoyado en un coche y el chico, de unos diez años, sentado en la escalera de la puerta de la casa. Al parecer existe algún tipo de desacuerdo acerca de la autorización para una excursión en bicicleta al día siguiente. Conozco a esa familia. Tiene una tienda de chucherías en la Plaza de España. Cuántas veces no entré allí con mis hijos, prácticamente cada día mientras fueron pequeños. Siempre nos atendía la madre, la esposa. No era ni especialmente agradable ni especialmente antipática, simplemente se limitaba a cobrar y devolver los cambios. En la época en la que mi hijo jugaba al fútbol la vi una tarde en los campos de entrenamiento. Paseaba sola y al principio no la reconocí, tan delgada estaba. Era todo huesos y pensé, pomposa ignorancia, que había caído en el pozo de la anorexia (en aquellos tiempos se hablaba mucho de esa enfermedad). Pocas semanas después murió de cáncer de estómago. Observé su foto en los carteles que la funeraria había pegado en las calles más concurridas del pueblo. Recordé el último día que la había visto con vida y me avergoncé de mí mismo. El padre y el niño hablan en la acera, éste sentado en la escalera de entrada a la casa y aquél vestido con unas bermudas y una camiseta, apoyado en un coche azul. De sus gestos y posturas corporales infiero, atrevida ignorancia, que se respetan y se aman, o acaso es lo que yo quiero pensar sabiendo que están solos.

El murciélago vuela calle arriba y calle abajo. Su técnica le hace parecer un pañuelo de papel arrastrado por un viento inexistente.

jueves, 27 de agosto de 2009

Jueves de agosto

Amanece a las siete menos cuarto. Luz pálida, los colores duermen todavía. Alguien camina enérgicamente por la calle: clok, clok, clok. La calma de la noche va quedando atrás. Durante un rato refrescará y después el calor se pondrá en pie dispuesto a recordarnos que el verano no ha terminado aún. Últimos días de vacaciones. Hoy iremos a pasar el día en la playa. Qué ganas tengo de bañarme en el mar y comer una paella en un chiringuito. Los colores empiezan a despertar.