martes, 25 de diciembre de 2007

Yo, por mi parte

Regreso de Zaragoza atravesando la densa niebla, concentrado en las luces traseras del vehículo que me precede. Dentro del coche todos duermen, blandamente abandonados a mi pericia. Tienen confianza en ella. Yo, por mi parte, los amo, los protejo, los traigo a casa, etcétera.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Diciembre

Diciembre comienza a precipitarse,
no sé si empujado por el sólido peso
de once meses ya sin secretos
o atraído por el continente desconocido
de un nuevo año del mundo.

Sólo una cosa sé con certeza:
caminamos a través
de lugares misteriosos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Cae la nieve



Monólogo final de la película Dublineses, de John Huston,
maravillosa adaptación del relato "Los muertos", de James Joyce.
Toda la película y la chica de Aughrim.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Comida de navidad

Después del trabajo nos vamos a comer al restaurante Bodega del Vero, que además es tienda de delicatessen. Es navidad y todos los escaparates de Barbastro están adornados. Mientras camino flanqueado por mis dos compañeras pienso en todos los giros casuales que me han traído hasta aquí, a esta ciudad, a esta compañía. Hace poco más de diez años nunca lo hubiera imaginado. Saludamos a alguien a cada paso, consecuencia de nuestro contacto diario con el público. "¡A pasar buenos días!", nos dicen; "¡Igualmente!", contestamos. Entramos en el restaurante por la zona de la tienda y bajamos a la bodega, donde nos han reservado una mesa junto a la chimenea encendida. Para abrir boca pedimos una bandeja de jamón de jabugo y pan de Azara con tomate, y continuamos con una ensalada de brotes con queso de cabra gratinado, foie a la plancha sobre tostadas con mermelada de manzana y cebolla, y para terminar cabrito guisado; el vino, por supuesto, de Somontano, una botella de Laus Tinto Roble, un crianza de dos mil cuatro. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Cuando salimos son ya las cinco menos cuarto y está empezando a atardecer. Vamos a casa de R. a tomar un café. Mientras prepara las cosas en la cocina miro las fotografías de la librería del salón, en las que su familia y sus hijos van creciendo de retrato en retrato: es un recorrido enternecedor y me doy cuenta del cariño que siento por mis compañeras de trabajo, dos de las personas del mundo que más horas del día comparten conmigo. El café de la nueva cafetera Nespresso de R. está, efectivamente, riquísimo, cremoso y con un aroma increíble. Su marido me ofrece una copa pero he de conducir y la pospongo para otra ocasión. Charlamos un rato y al salir a la calle ya es de noche. Regreso a casa sin prisa, sin superar los cien kilómetros por hora. La luz de los faros ilumina la carretera.

martes, 18 de diciembre de 2007

Lluvia nocturna

Ayer estaba tan cansado que me acosté a las diez y media, así que esta madrugada, muy temprano, me he despertado en la oscuridad de la habitación. Llovía en el exterior, podía oír el ruido del agua repicando en la barandilla de la terraza. He consultado el teléfono móvil que utilizo como despertador y eran las cuatro y media. Por un momento he estado a punto de levantarme como otras veces, pero he decidido permanecer tendido en la cama sin hacer nada, sin encender la lámpara de la mesilla, sin mover un músculo, respirando sencillamente en la oscuridad, escuchando la lluvia de la calle, dejándome mecer por su rumor.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Amenaza a los Monegros

Durante varios años residí en Zaragoza y trabajé en Lérida, así que cada día recorría, a través del desierto de los Monegros, los ciento cincuenta kilómetros que separan ambas ciudades. He disfrutado de ese paisaje único en todas las circunstancias: bajo tormentas negras que hacían brillar la blancura de los yesos del suelo; en medio de vendavales de polvo y arena al atardecer; aparcado bajo un puente durante una granizada que impedía ver en tres metros a la redonda; al amanecer con todo el inmenso paisaje cubierto de hielo; a cuarenta y cuatro grados en pleno agosto. Soy un enamorado de los Monegros, y el proyecto de crear allí una ciudad del juego, al estilo de Las Vegas, me horroriza. Diecisiete mil millones de euros, cinco parques temáticos, setenta hoteles, treinta y cinco casinos, un hipódromo, una plaza de toros, ¡un campo de golf! y no sé cuántas cosas más. ¿Cómo es posible que se autorice tal barbaridad? Y, sobre todo, ¿cómo se compadece el apoyo que presta el gobierno de Aragón con su Expo Zaragoza 2008 y la monserga sobre el agua y el desarrollo sostenible? Por acostumbrado que esté al cinismo de los políticos, este caso me subleva. Estoy indignado y dispuesto a apoyar cualquier iniciativa que se enfrente a semejante despropósito.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un nuevo tiempo

Aún no es de día y, sin embargo, el aire es ahora más transparente que en cualquier otro momento. Las siete menos diez de la mañana. Vibra la realidad como lo hacen las crisálidas al regresar del sueño. De uno en uno aparecerán los tejados cubiertos de antenas de televisión; las bonitas fachadas delanteras y las feas traseras, hechas de ladrillo visto sin revocar; lenta pero decididamente se levantará el antiguo alminar de la iglesia de San Pedro, y la sierra en la lejanía, y las carreteras. Han bajado las temperaturas, puedo sentirlo en el cristal de la ventana. Un nuevo tiempo comienza.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Anuncios por palabras

Vendo 27 corderos grandes y 10 cabritos. Se vende tractor Fiat 1000 en buen estado. Alquilo habitaciones con derecho a todo. Se vende leña de todo tipo a buen precio. Vidente de nacimiento echa las cartas. Se vende tambor de cofradía, un año de uso. Se busca señora mayor de 70 años que esté sola. Vendo bidet, bañera pequeña y lavabo Roca usado, color rosa, baratos. Divorciado de 52 años, viviendo solo y sin problemas familiares, desearía conocer a chica de entre 30 y 48 años, delgada, hogareña, cariñosa, española o extranjera, con fines serios. Chico de 18 años busca trabajo cualquier tipo. Santera brasileña echa las cartas. Vendo ático dúplex, céntrico, 170 metros cuadrados aprox., cocina, cuarto de lavar, 2 salones, 4 dormitorios, 2 baños, 3 terrazas, aire acondicionado, 32 millones de pesetas, para entrar a vivir. Se alquila almacén con cámara para fruta. Fiesta particular busca solista, dúo, trío amateur, rancheras, sudamericanas, días 22 y 23 de diciembre. Vendo armarios metálicos para guardar ropa de trabajo (taquillas). Perdido pendiente en esquina Cortes de Aragón con Avenida del Pilar, al lado de Frutería Morillo. Se necesita palista para retroexcavadora buldózer. Señora nativa alemana daría clases de alemán o trabajaría en una cocina. Desearía caballero sobre 60 años que se encuentre solo para compartir mi vida. Se matan cerdos y se hace mondongo.

viernes, 7 de diciembre de 2007

José Jiménez Lozano

Tres poemas

LAS MENINAS

Le dijiste al crítico de arte:
Está bien su explicación, pero
yo sólo vengo a ver a María Bárbola,
a Nicolasillo Pertusato, al perro,
y a ver abrir la puerta al Intendente Nieto.

Te callaste
que en aquella habitación no se respira;
la Princesita bebe agua ¡Pobre!
¿Y si me preguntase?
Yo he visto su sepulcro en Viena.


LOS OJOS

Tus ojos me faltan,
mas los míos
no los tendrá la muerte.
Tú los guardas.


DÍAS DE NIEVE

Los días de nieve son tranquilos,
avanzan en silencio. Extendido
está el blancor para unos cuantos
pobres, apresurados, gorrioncillos;
quizás algún ladrido
se oye a lo lejos. Ni más nada,
ni más nadie; pero,
si hubiera un caminante, sus pasos
hollarían el mundo.

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José Jiménez Lozano, de Elegías menores, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2002.

jueves, 6 de diciembre de 2007

El eco de los coches

Los reyes magos no existen. Tampoco Papá Noel. Dios no existe, y mucho menos una madre virgen. No existen pastorcillos de Belén. No existe el niño Jesús, no existe el buey, ni el burro, no existe San José.

Existe el musgo en la umbría del bosque. Estrellas en el cielo despejado. El corcho que envuelve el tronco de algunos árboles. La cantinela del agua en las acequias. El eco de los coches acercándose y alejándose en la distante carretera.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Cabo de Hornos

Llegó el viento empujando la niebla hacia días futuros; un viento decidido que, al chocar contra los muros de las calles, creaba remolinos de hojarasca y basura; un viento que agitaba violentamente las ramas de los árboles como lo haría un ladrón. Al anochecer la cortina exterior de arriba flameaba golpeando en el cristal. Subí, salí afuera y, abrazando la tela, la recogí como pude. Después, subiéndome el cuello de la chaqueta, eché un vistazo a mi alrededor: negras montañas coronadas de espuma blanca se elevaban y descendían vertiginosamente; copos de nieve afilados como agujas golpeaban mi rostro; traicioneros bloques de hielo flotante asomaban y desaparecían en la oscuridad; a estribor, en la lejanía, podía intuir la imponente presencia de farallones de roca y pizarra a cuyos pies ladraban a la tormenta los leones marinos. Regresé adentro. Cerré la puerta. M. corregía exámenes y trabajos. P. y C. hacían sus deberes. Fui a la cocina, calenté en el microondas una taza de agua y me preparé un té verde.

domingo, 2 de diciembre de 2007

La chica de Aughrim

THE LASS OF AUGHRIM

If you'll be the lass of Aughrim
As I am taking you mean to be
Tell me the first token
That passed between you and me

O don't you remember
That night on yon lean hill
When we both met together
Which I am sorry now to tell

The rain falls on my yellow locks
And the dew it wets my skin;
My babe lies cold within my arms;
Lord Gregory, let me in.

LA CHICA DE AUGHRIM

Si eres la chica de Aughrim
Como tú dices ser
Dime cuál fue la primera prenda
Que se cruzó entre tú y yo

Oh ¿no recuerdas
La noche en la colina
Cuando nos encontramos
Aquella que ahora lamento?

La lluvia cae sobre mis mechones rubios
Y el rocío humedece mi piel;
Mi hijo tiene frío en mis brazos;
Lord Gregory, déjame entrar.

---

Canción popular irlandesa. Traducción de Enrique Castro y Beatriz Blanco en la biografía de James Joyce de Richard Ellmann.



Escena de Dublineses, de John Huston,
asombrosa adaptación del relato "Los muertos", de James Joyce.
Canta el tenor y actor irlandés Frank Patterson.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Infinitos, irremediables

Estoy nervioso. Lo más fácil sería suponer que se debe a que dentro de unas horas cantaré en la calle (la asociación de comerciantes de la comarca ha contratado a nuestra coral para inaugurar la iluminación navideña), pero intuyo que hay algo más que no acabo de ver claramente. ¿Será la Navidad lo que me pone nervioso? La Navidad me hace pensar en el pasado, en otros tiempos, en otras personas, pero no estoy seguro de que me ponga nervioso. Aunque es verdad que la Navidad es muy dura para quienes perdieron a los suyos. Cruelmente regresan a la memoria épocas de luz y calor, de infancia, de salud, de prósperos (infinitos, irremediables) futuros por delante.

Son las cuatro menos cuarto de la tarde, y la luz que dibuja en la cortina de la terraza la silueta inclinada del tejado es luz de atardecer, casi de crepúsculo. Ahora mismo voy a acostarme, dormiré un rato y cuando me levante me lavaré la cara con agua fría, muy fría, y me iré a cantar.

viernes, 30 de noviembre de 2007

jueves, 29 de noviembre de 2007

Una salpicadura

Por algún motivo no me cuesta imaginar que ahora mismo pudiera estrellarse contra la tierra un meteorito gigantesco capaz de borrar nuestro mundo de la galaxia en un suspiro. No es difícil cuando uno contempla con detenimiento el fondo de la mirada de un gato, la maraña de ramas de los árboles desnudos a finales de noviembre o el robótico frenesí de un nido de hormigas. Sí es difícil, sin embargo, al pensar en las personas que queremos y nos quieren, e incluso en nuestra propia especie en conjunto (la inminencia de su extinción ahoga la estupidez y la crueldad para iluminar intensamente la inocencia de la infancia, la belleza de la música, la poesía, la fraternidad).

Sucede así: aparece un pequeño sol creciendo en el cielo segundo a segundo y en un instante, unos días, unas semanas o tal vez unos meses, todo (Jorge Manrique, Darwin, Platón, Machado, Velázquez, Bach, Cervantes, Mozart, Monteverdi, Shakespeare, Grecia, Egipto, China, Estados Unidos, el Amazonas, Europa, Rusia, la ciencia, la religión, la pornografía, la pobreza, el derroche) desaparece en una salpicadura diminuta e insignificante en la inmensidad del cosmos. Regresa el silencio. El universo, ajeno de nuevo a la razón, continúa.

martes, 27 de noviembre de 2007

Corteza

La mujer que se cruza conmigo en la acera es de baja estatura y luce una hermosa melena, negra como el azabache, sobre sus rasgos incas. Empuja con una mano el carrito de un bebé y en la otra empuña un teléfono móvil junto a su oído. Al llegar a mi altura está gritando: "¿Disculpas? ¿Disculpas ahora, desgraciado? ¡No tienes vergüenza, ni siquiera por tu hija tienes vergüenza!".

Cuando giro hacia el Puente del Amparo vuelvo a fijarme en el tronco del álamo majestuoso que se yergue al lado del kiosco de lotería: su corteza blanca está cubierta de antiguos signos abiertos a golpe de navaja, palabras cicatrizadas, ya incomprensibles.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Tardes de domingo

Aprovecho el domingo, que corre a la velocidad de un caracol, para cocinar solomillo de ternera estofado (cebolla, ajos, zanahorias, dos hojas de laurel, coñac, vino blanco), tortilla de patatas (nueve huevos grandes, una cebolla, patatas), seis pimientos rojos asados al horno, pollo con arroz (cebolla, arroz, tomate, pimiento verde, pimiento rojo, pollo macerado con ajo, pimentón, hierbas de provenza, limón, sal, pimienta), comida para esta noche y para mañana (comida para mi familia).

A las siete y cuarto llevo a C. al cumpleaños de un amigo suyo. Es en estas tardes de domingo, caminando por unas calles casi desiertas, cuando me doy cuenta de que vivimos en un pueblo. Hace frío, el aire huele a leña y de repente, con absoluta claridad, despierta en mi memoria el recuerdo de mí mismo caminando junto a mi hermano rumbo a la lechería, en invierno, muy pequeños los dos.

Al regresar entro en la tienda de la esquina que abre todos los días para comprar una bolsa de hielo, y cuando llego a casa me sirvo un whisky, subo a la buhardilla, me siento delante del ordenador, escribo esto.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Desgracia

Leo que en Tossa de Mar, una bonita localidad de la Costa Brava, un padre y su hijo de cinco años han muerto ahogados. La secuencia es la siguiente: una familia británica de vacaciones pasea por la playa, llegan a la altura de un mirador, el padre decide hacer una fotografía a sus hijos de siete y cinco años delante del mar, y de repente llega una gran ola que se los lleva; el padre, desesperado, se lanza a salvarlos y logra rescatar al mayor, pero cuando vuelve al agua para intentar salvar al pequeño muere con él.

Recuerdo que cuando C. nació tuve un sueño terrible: soñé que resbalaba entre mis brazos asomado a una ventana o un balcón, y se estrellaba inevitablemente contra el suelo. Estuve traumatizado durante varios días.

No hay mayor pesadilla para unos padres que lo que hoy le ha sucedido a esta familia inglesa. Me dan mucha pena los supervivientes: la madre paralizada por el terror, el hijo mayor salvado in extremis. Lo absurdo de lo sucedido. La irremediable desgracia. Sólo querían hacerse una fotografía.

martes, 20 de noviembre de 2007

Llueve y llueve

La lluvia ha terminado de desnudar los castaños de indias del jardín de mi lugar de trabajo. Ahora el suelo de grava está cubierto de hojas húmedas sobre las pocas castañas que los niños del colegio vecino dejaron atrás durante sus últimas expediciones de recolección (varias generaciones descubrieron y descubrirán que son amargas y no se pueden comer).

Llueve y llueve. Los agricultores nos dicen: "Esto no es nada, bah, cuatro gotas, con esto se soluciona poca cosa". Y lo cierto es que no recuerdo cuándo fue la última vez que llovió. Y lo cierto, también, es que los agricultores siempre tienen motivos para quejarse: si llueve porque llueve, si no llueve porque no llueve, si hay mucho porque hay mucho, si hay poco porque hay poco.

La gente camina por la acera bajo los paraguas, va de un sitio a otro a merced de la corriente, mucho más indefensa de lo que cree. Llueve mansamente, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Llueve y llueve, y llueve.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Haber sido

De que la vida es una experiencia personal uno se da cuenta al tratar con personas muy mayores. Poco importa si su pasado se nutre de la analfabeta soledad de un niño de ocho años pastoreando ovejas en medio de la estepa de los Monegros, o del tic-tac del reloj de pared de la sala donde el hijo del dueño del rebaño hace sus deberes a media tarde. Lo que les importa, a unos y a otros, es haberlo vivido, haber sido. Es así de sencillo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Después del ensayo

Después del ensayo dos amigas y yo nos dirigimos a la pizzería Di Marco a tomar una copa (el Chanti está cerrado por vacaciones). Hablamos del coro, de música, hablamos de nuestros trabajos, de nuestras vidas. Cuando salimos a la calle hace un frío seco y cristalino. Mientras regreso a casa el termómetro del coche señala cuatro grados bajo cero.

jueves, 15 de noviembre de 2007

La señora Poilov

Del menú del día escojo espaguetis a la marinera y bacalao al horno. He tenido suerte porque todas las mesas pequeñas estaban ocupadas y me han habilitado una grande que me permite leer el periódico más cómodamente. Delante de mí ocho jóvenes del este de Europa, no sabría decir si rumanos, búlgaros o ucranianos, comen garbanzos y beben vino alegremente. Casi todos llevan el pelo cortado al cero y tienen el cuello robusto y musculoso.

Esta misma mañana atendí en la oficina a una mujer rusa de unos sesenta años. Venía a cambiar su apellido: Poylov por Poilov. Me aclaró que antes el alfabeto ruso se transcribía con la grafía francesa y ahora se hace con la inglesa. Le comenté que últimamente me estaba familiarizando con los apellidos rusos. Me preguntó por qué y le contesté que estaba leyendo un libro terrible pero magnífico, uno de los mejores que se habían cruzado en mi camino en los últimos años. “¿Cuál es?”, preguntó. "Vida y destino, de Vasili Grossman”, contesté. Sonrió y sus ojos más transparentes que azules se iluminaron. “Oh, pero yo lo he leído”, dijo, y añadió: “¿Le gusta la literatura rusa?”. “Sí, uno de mis escritores favoritos es Chéjov”. Entonces rió sin timidez haciendo que mis compañeros y otros clientes se volviesen a mirarnos durante un momento. “¡También es el mío!”, exclamó. Estuvimos hablando de Chéjov (¿nos gustaban más sus cuentos o su teatro, la dama del perrito o el jardín de los cerezos?), de Tolstoi, de Grossman, de Dostoievski. Hablamos también del pueblo ruso, ella dijo: "El alma rusa no conoce el punto intermedio de las cosas, somos todo o nada, mansos o violentos, revolucionarios o serviles durante generaciones, ¡así nos ha ido a lo largo de la historia!". Antes de irse preguntó si me importaba decirle mi nombre, se lo dije, cómo no, y al despedirse dijo: "Adiós, Jesús, mucho gusto en conocerle". "Igualmente", le dije yo, "adiós, señora Poilov".

El camarero regresa con los espaguetis humeantes. Tienen buena pinta. Le doy las gracias, me sirvo un vaso de vino. Al otro lado del cristal el río Vero fluye tranquilamente hacia el mar. Abro el periódico a la izquierda del plato y empiezo a leer y comer al mismo tiempo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Territorios

Territorios polares. Hielo, nieve. La construcción y puesta en marcha de un gran hospital. Una bella enfermera. De noche, bajo el cielo abierto, contemplo estrellas moribundas, galaxias que parecen desvaídas nubes de leche flotando en el cosmos. Una voz dice: "Levántate de ahí o morirás congelado". Al incorporarme golpeo con el brazo el despertador, que cae de la mesilla y choca contra el suelo. A medio camino entre dos mundos lo busco a tientas y vuelvo a ponerlo en su sitio. Por la mañana despierto con un constipado de proporciones antárticas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Algunos domingos

Algunos domingos soleados nos gusta ir a tomar el aperitivo al campo. Metemos en una mochila una lata de aceitunas rellenas, otra de mejillones en escabeche, una bolsa de patatas fritas, dos cervezas, una botella de agua, una bolsa para la basura, y nos vamos. Tenemos desde hace años nuestros sitios preferidos, pero hoy teníamos ganas de descubrir uno nuevo. El método consiste en abandonar las carreteras e introducirse en los caminos, y como de lo que se trataba era de explorar nos hemos dirigido hacia una zona poco conocida en dirección sureste. Tras cuatro o cinco kilómetros de campos de cebada y maíz, granjas de terneros, tramos de un canal y casetas de fin de semana, hemos llegado al fin al pie de unas prometedoras lomas de encina carrasca a las que se accedía a través de una pista de arena batida. En la cima, para nuestra decepción, había dos carteles: uno anunciaba una escombrera a la izquierda y otro una fosa de animales muertos a la derecha. Cuando ya la expedición parecía condenada al fracaso, es decir, a regresar y tomar el vermú en casa, he localizado en lontananza una preciosa chopera de color amarillo que reverberaba al sol del mediodía entre fincas de frutales y pequeños viñedos. El brillo de un coche que pasaba ha revelado la carretera que había más allá, indicándome el punto en el que, un rato después, he torcido para acceder a nuestra nueva y aritmética arboleda.

El suelo estaba cubierto de hojarasca, y seguía cayendo: cada pocos segundos una hoja se desgajaba de su rama y descendía hasta sumarse, con un leve crujido, a todas las demás.


jueves, 8 de noviembre de 2007

Desapariciones

Cuando vuelvo del supermercado con C. son las ocho de la tarde, aunque por la oscuridad del cielo parecen las diez de la noche. El maletero de la Picasso está cargado de bolsas que trasladamos entre los dos a la casa. En el primer regreso a por la siguiente carga me fijo en un coche que está aparcado al otro lado de la calle. Una mujer está sentada en su interior y me mira. Probablemente no me reconoce pero yo sí sé quién es ella. Saludo con un movimiento de la cabeza musitando "hola" con los labios y prosigo con mi tarea. Su marido era compañero en el coro, cantaba de tenor. Murió en febrero de cáncer. Tenía cuarenta y dos años. Dejó viuda y dos hijos pequeños. Mientras voy y vengo cargado de bolsas de alimentos y bebidas deduzco que ella debe de estar esperando a que alguno de los niños salga de la escuela municipal de música. ¿Puedo imaginar sus pensamientos? No, no puedo. ¿Su vida sin él? No. Traigo a mi mente la imagen de su alta figura coronada por aquellos rizos rebeldes y me resulta verdaderamente difícil creer que esté muerto, que simplemente no se haya ido de la coral por cansancio o por falta de tiempo para ensayar (pero estuve en su funeral, canté allí). Tras dejar en el suelo las últimas bolsas cierro el maletero. Ella continúa esperando dentro de su coche. Cruzo la calle, entro en mi casa, y desaparezco.

martes, 6 de noviembre de 2007

Mujeres

Una amiga me invitó a participar en una cadena que consiste en exponer ejemplos del tipo de sujeto sexual que a cada uno nos gusta, nos parece atractivo, deseable, irresistible. Yo, que en estas cosas soy muy simple, pensé en actrices, en estrellas de la gran pantalla que en un momento u otro me han enamorado. Hay muchas, pero tenía que hacer una selección y finalmente me he decantado por diez, son, de arriba abajo y de izquierda a derecha: GRETA GARBO por su belleza, su lejanía fría e intocable; AVA GARDNER por la perfección de sus rasgos y también, a qué negarlo, por saber que fue una mujer que saboreó a fondo los placeres del sexo y la bebida; no podía faltar la irlandesa MAUREEN O'HARA, por razones obvias para quien me conozca un poco (aquí a la derecha aparece en otra fotografía, abrazada a Sean Thornton bajo la lluvia de Innisfree); NATASHA KINSKI siempre me pareció guapísima, algo absolutamente milagroso cuando uno piensa en los rasgos de su padre, y en la película "El beso de la pantera" estaba buenísima (habría que recordar que se convertía en una pantera asesina al alcanzar el orgasmo); CATHERINE ZETA-JONES me resulta una mujer muy atractiva, muy hermosa, de hecho ella suele ser lo único que recuerdo de sus películas; y lo mismo puedo decir de HALLE BERRY, una mujer preciosa y rotunda, con un cuerpo de infarto; a IRENE JACOB la descubrí a través de Kieslowsky y su película "Rojo": fue una rendición instantánea y sin condiciones; y fue en otra película de Kieslowsky, "Azul", donde descubrí a JULIETTE BINOCHE, una actriz que nunca me ha defraudado (ni en "El paciente inglés" ni cuando se dedicaba a follar desesperadamente con Jeremy Irons en "Herida"); pero a veces hay descubrimientos inesperados, actrices, mujeres desconocidas que aparecen en una película cualquiera y se instalan para siempre en nuestro corazón: MARGUERITA BUY venía con "El hada ignorante" y tenía que estar en esta lista; lo mismo que ELENA SAFONOVA, la dama del perrito de "Ojos negros", la película de Nikita Mikhalkov basada en los cuentos de Chéjov: fue verla y enamorarme de su morbosa belleza.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Insomnio y cazadores

Anoche me desperté a las cuatro de la madrugada. Fui a la cocina a servirme un vaso de agua, estuve navegando un rato en internet y después me puse a leer, confiado en recuperar el sueño y aprovechar el domingo para dormir hasta tarde. Serían las cinco o las cinco y cuarto cuando escuché el ruido de un motor diesel y las voces de unos hombres en el exterior. Doblé la esquina de la página, me levanté y me asomé discretamente entre las cortinas. Eran dos cazadores en un gran cuatro por cuatro de color negro. Vestían ropa de camuflaje, chalecos provistos de cananas, pantalones con bolsillos laterales y botas de montaña. Hablaban y fumaban apoyados en el coche, aparentemente ajenos al eco de sus risotadas en la calle desierta. Al cabo de tres o cuatro minutos la puerta de la casa de la esquina se abrió y apareció un tercer hombre equipado como sus compañeros, portando dos estuches de escopeta y una pequeña mochila. Se saludaron efusivamente, dejaron los nuevos pertrechos en el maletero, subieron al vehículo y se marcharon. El silencio regresó al pueblo. El cielo sobre los tejados todavía era oscuro, pero la inminencia del alba comenzaba a vibrar en él como una transparencia de frío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Aprendizajes

Leo que Rafael Sánchez Ferlosio, en una entrevista publicada hace unos meses, hizo la siguiente reflexión: "Nunca se convence a nadie de nada". Sabias y sencillas palabras. A mí me costó mucho llegar a ese lugar. Yo era de los que se debatían como fieras en defensa de sus ideas ¡pretendiendo convencer al contrario! Cuántas discusiones, cuánta energía, cuántos malos ratos he sufrido y causado sin ninguna utilidad... Porque es cierto: nunca se convence a nadie de nada. Ni siquiera las sentencias judiciales lo hacen. Todo esfuerzo en transmitir nuestra verdad a quien ya posee la suya es baldío, no merece la pena. Pero he aprendido. Ya no discuto de política, aunque para ello haya tenido que alejarme de liberales ensoberbecidos, casi patéticos en su pompa (la nariz alta, la circunspecta mueca siempre dispuesta en las cejas y la comisura de la boca, el oxímoron de su razón siempre dispuesto para ser detonado sin escrúpulos). No, ya no discuto de política. Nunca se convence a nadie de nada, es una tarea inútil. Tengo mis ideas, cómo no, pero se limitan a ir conmigo a donde yo voy. Me acompañan durante la exploración. Actúo en mi vida diaria de acuerdo a ellas -lo que hago con los desperdicios, el papel que ocupo en las tareas de nuestra casa, las películas que disfruto, los libros que compro, la manera en que me expreso, etcétera- pero nada más, ya no peleo como un loco, ya no intento convencer a nadie. Con toda probabilidad sólo viviré una vez. Es bueno aprender a no perder el tiempo.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Todos los santos

O thou whose face hath felt the Winter's wind,
Whose eye has seen the snow-clouds hung in mist
And the black elm tops 'mong the freezing stars
To thee the spring will be harvest-time.
O thou, whose only book has been the light
Of supreme darkness which thou feddest on
Night after night when Phœbus was away,
To thee the Spring shall be a triple morn.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet my song comes native with the warmth.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet the Evening listens. He who saddens
At thought of idleness cannot be idle,
And he's awake who thinks himself asleep.


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Para ti, que has sentido en tu rostro el invierno,
que has visto las nubes de nieve entre la niebla
y copas de olmos negros entre estrellas heladas,
será la primavera un tiempo de cosecha.
Para ti, que has tenido como libro la luz
de la sombra suprema con la que te nutrías
una noche tras otra cuando no estaba Febo,
será la primavera una triple mañana.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
y sin embargo el canto me brota con pasión.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
pero la Tarde escucha. Aquél que se entristece
pensando en la indolencia no puede estar ocioso,
y despierto se encuentra quien se cree dormido.

John Keats, traducido por Alejandro Valero.

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(Josefina. Antonio. Bernardo. Nati. Carmelo. Ángel. Jovita. Emeterio. Rufino. Miguel Ángel. Javier.)

domingo, 28 de octubre de 2007

Una hora menos

Hoy, con la entrada en vigor del nuevo horario de invierno, me siento un poco perdido: son las siete menos cuarto de la tarde –ayer las ocho menos cuarto- y ya es prácticamente de noche. No es una sensación nueva: desde que recuerdo siempre me he sentido, por decirlo de alguna manera, como si me hubieran soltado en medio de una película o una novela ¡y ahí te las compongas!

Miro a mi alrededor y me asombra la firmeza con la que actúa todo el mundo. A veces juego a imaginar que soy cualquiera de ellos y me introduzco en su piel, peso sus kilos, disfruto de su comida, hablo su idioma, siento su absurda seguridad.

viernes, 26 de octubre de 2007

Dióxido de carbono

Esta mañana el termómetro del coche señalaba cinco grados de temperatura. El dióxido de carbono que expulsan mis pulmones se convierte en vapor que flota durante un instante delante de la boca. Me gusta este frío que adelgaza los dedos, tensa la piel del rostro y nos resucita.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Una agresión racista

Viendo las imágenes de la agresión racista no puedo evitar la sospecha de que no es la primera vez que ese miserable actúa, así lo indican su absoluto desparpajo, la manera en que antes del ataque mira alrededor calibrando la situación y a continuación, sin dejar de hablar por el teléfono móvil, la tranquilidad con la que insulta, humilla y golpea brutalmente a la víctima inocente, en este caso una menor de dieciséis años de nacionalidad ecuatoriana que se cruzó casualmente en su camino. Qué hijo de perra y qué cobarde. Uno no puede menos que desearle verse solo en el patio de la cárcel rodeado de compatriotas de la chica. Claro que de su valentía ya ha dado cumplida muestra, por si el vídeo del vagón de tren no había sido suficiente, con las declaraciones en las que recurre a la dudosa eximente de una gran borrachera que las secuencias niegan con meridiana claridad. Cobarde desde el principio hasta el final.

Pero hay otro cobarde en esta historia: ese joven que asiste a los acontecimientos sentado a pocos metros de distancia, mirando con esfuerzo a otra parte para no acabar recibiendo también él algún puñetazo. Durante estos días he pensado en su actitud, he imaginado y comprendido el pánico, la parálisis ante la violencia inesperada y gratuita, y no he podido excusarle. A veces la experiencia de la vida te sitúa ante situaciones donde, por una vez, las opciones son muy sencillas: a un lado está lo que deberías hacer y al otro lo que no deberías hacer, y no hay nada más salvo el precio que habrás de pagar, íntima o públicamente da igual, por la decisión que tomes. Para desgracia de ese chico la suya ha quedado grabada ante la vista de todo el mundo, y le compadezco, pero debió haber ayudado a la niña que estaba siendo agredida. Así de simple. Así de jodido.

Respecto al agresor, a nada que nos descuidásemos, tampoco resultaría difícil terminar compadeciéndole: en la imaginación rápidamente aparecerían suburbios, fracaso escolar, drogas, fracaso laboral, malas compañías, rencor social, inadaptación… Todo se disipa con la primera torta, el pellizco en el pecho, la inesperada y brutal patada en la cabeza: estamos ante una mala persona, alguien capaz de atacar a una adolescente indefensa por el mero hecho de ser de otra nacionalidad: racismo puro y duro, tan puro y tan duro que resulta casi imposible de articular, de mirar con los ojos abiertos. Pura y dura maldad.

jueves, 18 de octubre de 2007

Costumbre de falta

Las lámparas de la pared se reflejan en el cristal de la terraza, transformado en un espejo por la oscuridad. Pasó el día. Fluyó como un manso río a veces, como un torrente precipitándose al abismo a veces, y pasó: ya no existe. Se llamaba "jueves, dieciocho de octubre de dos mil siete". Cada noche no es más de mañana, camino del verano (camino de la primavera, camino del invierno).

Falta de costumbre

Cada mañana es más de noche, camino del invierno. ¿Cómo es posible que todavía continúen sorprendiéndome estas cosas? Suenan las campanadas mecánicas de la iglesia de San Pedro. En la calle comienza a regresar, poco a poco, la luz. Nada de esto me resulta verdaderamente familiar: ni los pájaros que ruidosamente dan la bienvenida al sol, ni el café, ni mi pequeño clan yendo de aquí para allá, entre los cuartos de baño y la cocina. Me pregunto si llegaré a acostumbrarme alguna vez.

domingo, 14 de octubre de 2007

Luz rasante

El día del Pilar Zaragoza se inunda de personas vestidas con el traje regional de Aragón caminando por la acera con rostro serio. No me gustan los trajes regionales. Sí me gustan las gambas a la plancha, la sopa de cocido y el pollo asado en casa de mis padres, quienes nos cuentan que se van de viaje una vez más, en esta ocasión a Peñíscola.

El sábado por la tarde regresamos a Binéfar. En el coche todos duermen. Para no molestar su descanso hace rato que apagué la música y ahora sólo se escucha el ronroneo del motor. Devoro el tiempo kilómetro a kilómetro. El sol poniente ilumina la carretera con su luz rasante.

domingo, 7 de octubre de 2007

Domingo de octubre

Después de comer se ha quedado dormida tumbada en el sofá, desfallecida en una postura extraña que distorsiona un poco su apariencia y le hace pensar a él, durante unos segundos, en la muerte (la boca ligeramente entreabierta, la mandíbula alzada hacia atrás, el precioso cuello blanco expuesto). Si estuvieran solos sabe perfectamente qué haría: besar ese cuello, acariciar sus caderas, despertar su húmeda y palpitante ternura. Late sin prisa el domingo. El deseo. La vida.

jueves, 4 de octubre de 2007

Que no existen

Camino por la ribera de un estrecho río de la jungla. El suelo está cubierto de barro y en el aire flota una humedad fétida e irrespirable. Sudo por todos los poros. Enjambres de diminutos insectos acosan mi cabeza, mis ojos, mis oídos. Formas furtivas huyen a mi paso escabulléndose en la espesura, chapoteando en el agua. Estoy soñando, sé que estoy soñando y acelero el paso, corro sin sentir el esfuerzo tratando de elevarme como un pájaro y lo logro, ya estoy volando sobre el río, flanqueado por los oscuros muros de una selva que, sin transición, se transforma en una ciudad moderna abandonada tras un terrible desastre, una ciudad que dolorosamente reconozco. Sobrevuelo sus calles y siento en los huesos el eco de cientos de años de olvido. Es de noche. Sólo la luna ilumina las viejas fachadas cubiertas de liquen, los escaparates rotos, las aceras desiertas. No hay nadie, ya no queda nadie, hace mucho tiempo que todos nosotros morimos. Estoy soñando, sé que estoy soñando y decido despertar. Lo hago secándome unas lágrimas que no existen.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ha regresado

La cortina exterior de la terraza, empujada por el viento, golpea de vez en cuando el cristal. Parece que hubiese alguien ahí fuera llamando y escondiéndose al mismo tiempo en la oscuridad. El frío ha regresado.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Una gineta

Allí estaba, en medio de la carretera:
una cola amarillenta con anillos oscuros
emergiendo de la carcasa de un cuerpo
aplastado por una rueda.

Estoy acostumbrado a ver perros, gatos,
zorros, alguna vez un jabalí y hasta un tejón
una mañana de lluvia, pero nunca
había visto una gineta muerta.

Resulta difícil creer que un animal tan bello
pueda vivir en este territorio de granjas
y campos de cultivo, cruzado por caminos
y carreteras, saturado de nosotros,

sin embargo las aves insectívoras cazan
en los canales de hormigón armado,
lo mismo que los murciélagos sobrevuelan
mi terraza estas primeras noches de otoño.

La luna brilla en el cielo. En las praderas
de la sierra de San Quílez
serpentean las culebras, vigila la lechuza,
late impaciente el corazón de la raposa.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Campo de maíz

Tres sugerencias

Un amigo me invita a participar en una cadena y yo acepto. He aquí mis tres sugerencias para un blog: la primera es tratar de no cometer faltas de ortografía, uno podrá escribir mejor o peor, pero las faltas ortográficas son imperdonables (sobre todo desde que existen herramientas automáticas para corregirlas); la segunda es hacer de la página un lugar bonito, agradable a la vista, cuidar el diseño, los detalles, el tipo de letra, los colores, las imágenes, etc.; la tercera y más importante sería escribir para explorar, escribir sin pensar en el número de personas que nos leen o los comentarios que podemos suscitar, escribir desde la verdad, desde la consciencia, escribir para dar cuenta de nuestra expedición.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Una historia

Conozco a esta mujer ecuatoriana de baja estatura y rostro redondo, la he atendido otras veces, trabaja de empleada de hogar. Se acerca a mi mesa y me solicita unos datos relativos a su hijo. Le digo que no puedo dárselos sin una autorización de él. Ella se pone nerviosa, extrae de una carpeta azul de cartón una fotocopia de la tarjeta de residencia de su hijo, un certificado de nacimiento, otros papeles. Los esparce sobre la mesa con sus manos regordetas y dice: “Por favor, señor, ayúdeme, de veras necesito esos documentos, por favor, no es ningún capricho”. Rompe a llorar. Le digo: “Tranquilícese, señora, no se disguste, solo necesito una autorización de su hijo, nada más”. “¡Ay, señor!”, dice, “¡pero es que él está en Holanda, ay, dios mío, dios mío, está allí preso porque le pusieron droga en la maleta! ¡Mi hijo en la cárcel, ay!”. La mujer se desmorona, llora desconsoladamente. “¡Usted sabe que somos una familia honrada! ¡Aquí mucha gente nos conoce, yo trabajo, él trabaja también! ¿Por qué iba a meterse en algo así? ¡Le han engañado, le han engañado!”, dice.

Me cuenta toda la historia. Su hijo se fue de vacaciones dos semanas, era la primera vez que regresaba a su país en ocho años. Tras pasar unos días con sus tíos y primos regresó a España. En Quito perdió de vista su equipaje para volver a verlo en Ámsterdam, en el departamento de la policía del aeropuerto. Nada menos que diez kilos de cocaína pura. Le interrogaron. Él aseguró no saber nada. Ahora está en la cárcel, pendiente de juicio. Sus padres, que no son precisamente ricos, le envían dinero para sus gastos, hablan con él por teléfono todos los días. Son conscientes de que, dentro de la desgracia, ha tenido suerte al ser detenido en Europa: cuando sus padres fueron a verle les dejaron abrazarle (“estaba muy blanco de piel, muy asustado”). En Holanda se respetan los derechos de los detenidos. “Imagínese si le pasa esto en el mismo Ecuador, ahí me lo matan nada más entrar en prisión, ¿sabe usted? Porque ellos son asesinos, no tienen piedad ninguna”. De hecho “ellos” se han puesto en contacto con la familia amenazándoles de muerte si su hijo dice algo, si da alguna pista a la policía (“¿Pero, señor, qué pista va a dar si él no sabía nada?”).

Miro la fotografía de su hijo. También lo conozco, se ha sentado un par de veces donde ahora está su madre. Tiene su misma cara redonda, los mismos rasgos indígenas y unos ojos despiertos, sonrientes. A estas alturas puedo imaginar lo sucedido. ¿Cuántos miles de euros le prometieron? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil? Diez kilos de cocaína pura. Con razón los traficantes temen que les delate. Probablemente incluso en Ámsterdam corre peligro.

Ayudo en lo que puedo a esta señora. Vinieron aquí en busca de una vida mejor, de más oportunidades, y ahora todo se ha torcido. El abogado holandés les ha advertido de que su hijo puede cumplir doce años de cárcel; también, gracias a Dios, les ha prometido hacer todo lo posible para que cumpla la condena en Europa. Cuando ella se levanta yo me levanto también y la acompaño a la puerta. Su estatura queda debajo de mis hombros. Me da mucha pena verla partir por la acera camino de tiempos tan duros y difíciles.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Jueves de septiembre

En Monzón, por la mañana temprano, detenido frente a un semáforo en rojo, contemplo a los jóvenes que salen de las carpas donde han pasado la noche bailando. Un mozo lleva sobre los hombros a una chica morena, balanceándose peligrosamente de un lado a otro hasta caer con estrépito sobre la acera. Por un momento me asusto y empiezo a girar el volante para acercarme a ellos, pero veo que se levantan como si nada, riendo alucinados. La mayor parte de los que deambulan por la avenida están borrachos. No puedo dejar de darme cuenta de lo grotescas que somos las personas en ese estado. Hay grupos tambaleantes que piden a los conductores que accionen el claxon de sus coches. Algunos lo hacen. A mí no me apetece. Siento alivio cuando dejo atrás el pueblo en fiestas y vuelvo a conducir a través del campo camino del trabajo.

lunes, 17 de septiembre de 2007

El final del verano

P., de catorce años, está cansada y afligida. Cansada porque acaban cinco días de festejos y pocas horas de sueño, afligida porque las vacaciones se apagan, se alejan engullidas por la velocidad. Ni siquiera el espectáculo pirotécnico, que grabo en silencio, logra animarla. Ella sabe que los fuegos artificiales que estallan en el cielo nocturno como si fuesen fenómenos estelares, nacimientos de galaxias, son en realidad el anuncio del final del verano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Cuando despertó

Cuando despertó se dio cuenta de que estaba en su antigua habitación de la casa de sus padres, y como eso era imposible cerró los ojos durante unos segundos, pero al volver a abrirlos todo seguía allí: la cortina de dibujos florales, la casita de madera en la pared, los libros de Enid Blyton en las estanterías. Entonces, ¿toda su vida había sido un sueño: su marido un sueño, el nacimiento de sus dos hijos un sueño, la muerte de sus padres un sueño? Guiada por el sonido familiar de la radio salió al pasillo temblando de arriba abajo. Al asomarse a la cocina reconoció el pequeño cuerpo de su madre inclinado sobre los fogones. "¿Mamá?", dijo con un hilo de voz. La mujer de cuarenta y siete años se volvió, dijo: "Hola, cariño, ¿has dormido bien?", y sonrió a la hija adolescente que se acercaba a ella con los ojos arrasados por las lágrimas.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Vencejos

Se han ido los vencejos que cada verano anidan en el alero de mi casa. Es probable que se marchasen hace días pero me he dado cuenta esta mañana, cuando regresaba de comprar el periódico. Mientras subía las escaleras he pensado que tal vez ya estuviesen en el sur de África, cazando vertiginosamente sobre los rebaños de cebras y las manadas de leones. Qué asombroso que los mismos pájaros que hace poco tiempo chillaban al atardecer entre estas calles, sorteando con sus alas de guadaña las antenas y los edificios, sobrevuelen ahora el mar mediterráneo, el desierto, la sabana, los grandes bosques donde habitan los chimpancés y se esconde el okapi.

sábado, 8 de septiembre de 2007

En voz baja

Los primeros besos.
Los aplausos.
El zumbido de un insecto
sobre las hojas de hierba.
El peso de la nieve.
La potencia de unos pulmones
haciendo vibrar
las cuerdas vocales.
Las despedidas.
Las bienvenidas.
El olvido pasajero y también
el duradero. El sabor
de un tomate maduro.
Las primeras lecturas.
Las olas del mar.
La velocidad de la luz
sobre los muros de la infancia.
El amor. Las apuestas
perdidas, las ganadas.

Al final, lo sabes,
todo habrá sucedido
en voz muy baja.

Barcelona

Incluso en la sala de espera del consultorio, cerrada y sin ventanas al exterior, siento en la piel del rostro y en las manos la humedad de Barcelona. "Oh, dios, ¿cómo puede vivir alguien en semejantes condiciones?", pienso mientras apoyo la cabeza en la pared y cierro los ojos. Lo siguiente es un pozo en el que me hundo con los pies por delante, consciente de que si me descuido empezaré a roncar. Abro los ojos. M. lee un libro de tapas rojas a mi lado. Viste una camiseta blanca de tirantes que desnuda sus omóplatos. La observo durante unos segundos hasta que se da cuenta. Se vuelve. Me mira con sus ojos de cierva.