lunes, 31 de octubre de 2016

Fulgor

Mañana, en este país católico, se celebra el día de Todos los Santos.  Los cementerios se poblarán de muchedumbres de seres humanos vivos dispuestos, con todo el amor de su corazón, a prestar homenaje a quienes ya cruzaron aquel río.  Yo lo respeto, lo respeto muchísimo -por alguna extraña mutación neuronal siempre, prácticamente desde que era un niño, he sentido una intensa y vergonzante curiosidad por la muerte.

Todos los Santos: sería un buen título para otra película de zombis dispuestos a devorar cualquier cerebro disponible.

Todos los Santos.  Tengo algunos: primos, tíos y tías, suegros, amigos, conocidos, compañeros de viaje que ya no están, seres humanos que, como miles y millones antes que ellos, desaparecieron en el fragor de la vida y sus posibilidades y enfermedades.

¿Qué sustenta la idea del terror a la extinción?  ¿Nuestra patética pretensión de alguna mínima importancia en este mundo permanentemente atravesado por partículas tan invisibles como fundamentales?

Somos sombras.  Vivimos siendo sombras.  Hojarasca de otoño.  Ese fulgor.

sábado, 15 de octubre de 2016

Con aquella pasión

Continúo acumulando información.  Toda, incluso la de un futuro imaginado, proviene del pasado.  He vuelto a leer con aquella pasión.

Una de las dos fachadas de nuestro nuevo apartamento se asoma al río Vero, convenientemente encauzado entre hormigón armado, fluyendo hacia el lejano, lejanísimo mar.

Ayer y antes de ayer llovió abundantemente, muy tarde para casi todos y a punto, como siempre, para los pocos que callan.

Yo me asomo a la proa sin demasiadas ideas preconcebidas.  La ignorancia me envuelve de tal manera que al respirar penetra en mi cuerpo y contamina mi sangre inocente.

Qué aventura inesperada.

sábado, 8 de octubre de 2016

A miles de kilómetros de altitud

Casi desconectado de internet como estoy en los últimos tiempos, en cualquier caso continúo navegando alrededor del sol y, amarrado sin remedio a él como tú, giro en este carrusel de asombro y segura finitud. Mientras tanto todo, absolutamente todo, es tan pequeño como nuestra verdadera importancia o mi ambición.

Mi padre cumplió ochenta años el pasado lunes y el sábado anterior todos sus hijos le regalamos la sorpresa de una comida en un restaurante en Zaragoza. Amor sin filtros.

Ayer por la mañana al salir de casa descubrí sobre el cielo de Barbastro la huella rectilínea de cuatro aviones a miles de kilómetros de altitud cruzándose en una suerte de parrilla casual. Saqué el móvil de mi bolsillo dispuesto a hacer una fotografía pero justo en ese momento un hombre salió de un portal cercano con bolsas de basura en la mano y, como tantas veces a lo largo de mi vida, el pudor me hizo devolver el teléfono al bolsillo para no llamar la atención.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Olimpo

Ha llegado el otoño y de esto no me quejaré jamás, porque después de miles de años llueve sobre Barbastro y los truenos suenan y resuenan en el cielo desprendiéndose desde las cumbres del Olimpo.

En la cocina la válvula de la olla exprés sopla como el artefacto del siglo diecinueve que realmente es.

Yo escribo en el futuro.

Ya no.

martes, 28 de junio de 2016

Despega

Ha llegado el verano. No me quejaré hasta que mi pequeño país alcance los cuarenta grados, algo que no tardará en suceder, pero por ahora me quedo con lo bueno: hay luz, hay vencejos que eliminaron las moscas que volaban en círculo en el interior de mi casa.

Pronto me mudaré -nos mudaremos- a otra más grande. Maite va a trabajar en Barbastro y, por increíble que parezca, será la primera vez en casi treinta años en la que los dos viviremos y trabajaremos en el mismo lugar. A través de una amiga hemos localizado un piso que estoy casi seguro de que nos va a interesar. El sitio donde vivo ahora es un pequeño apartamento de soltero.

Una vez hice cuentas y hemos vividos en catorce domicilios diferentes. Los dos somos empleados públicos y han tenido que pasar veintinueve años para que pudiésemos coincidir en la misma localidad. A los cincuenta y tres años. No me quejo. Cada día veo lo que les sucede a otras familias, trabajo para tratar de ayudarlas. Sería un criminal si me quejara.

Cada mañana tomo mi medicación: un antidepresivo y los ansiolíticos que me permiten atender a las personas que se sientan al otro lado de mi mesa con una sonrisa. Me ha costado mucho, pero finalmente la tomo sin darle vueltas a la cabeza. Facilitan mi vida y, a través de ese efecto, quiero creer que facilitan la vida de otras personas.

Sé que soy afortunado, un privilegiado sin ningún género de dudas. Tengo un trabajo que amo, una mujer que me ama y a la que yo amo con locura, tengo amor allí donde dirija mi mirada. He aprendido que mi salud mental no depende sólo de eso. Ya no me permito entrar en aquel bucle sin fin. Lo que me sucede es otra cosa que he de explorar dejando a un lado el amor y la felicidad. Es algo distinto que todavía no he descubierto: un territorio de genes y verdades y mentiras a mí mismo que seguiré explorando con un machete a través de la espesura.

El ventilador gira frente a mí como la hélice de un avión del siglo diecinueve. Despega. Despega.

viernes, 3 de junio de 2016

Tiernas hojas verdes

Poco a poco me alejo de lo que conozco.  Poco a poco me aproximo a mi pasado inmediato: una calle desierta y mi cerebro borboteando como la cazuela de una bruja.  Las arterias de los árboles de la acera se cubrieron de tiernas hojas verdes, nuevas, intactas.

viernes, 27 de mayo de 2016

Abejarucos

Todos esos campos de cebada y trigo inundados de amapolas son un fracaso del agricultor. Uno de ellos me lo confirmó el otro día: las amapolas son un fracaso. El rendimiento económico no entiende de belleza ni de lujos semejantes.

Los apicultores odian a los abejarucos que masacran las colmenas para alimentar a sus polluelos. Poco importa que sean una de las aves más hermosas de las que regresan desde África cada año: se alimentan de abejas.

Yo compro mi comida en el supermercado. Lo hago con indiferencia, yendo de una sección a otra empujando mi carrito sin belleza alguna.

domingo, 15 de mayo de 2016

Cretácico superior

Han regresado los abejarucos con sus vibrantes colores propios de aves tropicales. Los apicultores que atiendo desde hace años en el trabajo los ven como enemigos, y soy capaz de entenderlo, pero esta mañana, caminando junto al canal con mi mujer, no podía dejar de admirar su vuelo fugaz de alas pequeñas e iridescentes. En algunas encinas escuchábamos el canto creativo de los mirlos. Todavía no han llegado los vencejos. Una cigüeña grande y majestuosa nos sobrevoló durante un momento como si planease en el cielo del cretácico superior. Delicados brochazos de amapola en los campos de cebada. El sonido de nuestros pasos sobre el suelo.

jueves, 21 de abril de 2016

Palacios

A esta hora la luz del sol que comienza a desaparecer detrás de mi casa se refleja en la fachada del edificio al otro lado de la calle. Es un edificio común, más viejo que el mío, feo de solemnidad, y sin embargo cómo refulge su anodina fachada iluminada por la última luz del día.

Sí, lo sé: lo he escrito antes, no es nada nuevo (tras mucho tiempo circunvalando la isla he regresado a la playa donde todo lo que escribo lo escribí antes), pero ese feo edificio en el que viven seres humanos tan feos y comunes como yo, durante unos minutos se convierte, cada tarde, en un luminoso palacio lleno de milagros.

miércoles, 6 de abril de 2016

Este extraño mundo

No soy exactamente lo que fui. Soy, en cierto sentido, mejor: más descreído, más ajeno a las veleidades que me consumían ferozmente cuando era joven; soy cada vez más invisible y, al mismo tiempo y de un modo que no sabría expresar, más valiente ante lo que se aproxima. Cada mañana que abro los ojos soy más consciente que nunca del privilegio que supone despertar en este extraño mundo que a menudo no comprendo pero siento la necesidad de explorar. No soy exactamente el que seré. Cabalgo a lomos de la ignorancia.