lunes, 30 de enero de 2012

Pum pum

Las campanadas de la iglesia de San Pedro sobrevuelan la noche helada hasta alcanzar este dormitorio y después, al cesar, abandonarme en la orilla del acompasado latido del corazón que escucho en la almohada contra mi oído derecho. Pum pum, pum pum, pum pum.

sábado, 28 de enero de 2012

El traje del emperador

De que escribir era
el traje del emperador
uno se da cuenta
al dejar de hacerlo.

No hace falta que
un niño lo grite
entre la multitud, eso
no es necesario.

Lo que cabe hacer ahora es
inventar un punto en el horizonte y,
desnudo y con la cabeza alta,
emprender la marcha sin mirar atrás.

lunes, 23 de enero de 2012

Bancos de niebla

Por la mañana, camino de Barbastro, había bancos de niebla en los que entraba y salía. Nubes enredadas en el campo.

Los lunes son días complicados en la Agencia y hoy no fue una excepción: al bajar la persiana mi mente estaba tan saturada que era incapaz de hilar un pensamiento razonable.

Después de comer los garbanzos que había dejado preparados el día anterior recogimos la mesa entre los tres. Al ir a poner en marcha el lavaplatos me di cuenta de que quedaban muy pocas pastillas de jabón y las añadí a la lista de la compra adherida a la puerta del frigorífico.

Cuando desperté de la siesta ya era de noche y durante un momento me sentí perdido. En la pantalla de la televisión un barco de pesca se elevaba y caía entre las inmensas olas del Mar de Bering. A pesar de la tormenta los pescadores sacaban del agua grandes jaulas llenas de cangrejos y las vaciaban en la bodega tratando de no perder el equilibrio y precipitarse en la gélida oscuridad.

sábado, 21 de enero de 2012

Después del ensayo

Después del ensayo vamos a tomar una copa al Chanti. La música que todavía suena en mi cabeza pronto será sustituida por voces y risas.

Muchas de las cosas que más me gustan se repiten.

jueves, 19 de enero de 2012

Nemo

No sé qué luna brilla en el cielo nocturno ahora. No sé si hay niebla. No sé si está helando. Escribo bajo techo, pasajero de una nave que surca el tiempo.

sábado, 14 de enero de 2012

Dados

C. trabajaba de mecánico de motos en Barcelona cuando conoció a través de internet a una joven de México. Se enamoró de ella y al cabo de algunos meses cruzó el Atlántico para comenzar una nueva vida. A pesar de las advertencias de familiares y amigos su relación virtual desembocó en un amor verdadero, algo que él, por supuesto, ya sabía que sucedería. Ignoraba, sin embargo, que al cabo de varios meses de felicidad un gran cuatro por cuatro se empotraría contra su coche poniendo su mundo al revés y zarandeando su cuerpo como si fuese un dado botando y rebotando dentro de un cubilete. Los bomberos que le rescataron no daban crédito cuando comprobaron que su pulso latía. Su madre, que después del divorcio había abierto un pequeño hotel en el Prepirineo aragonés, recibió la llamada de madrugada, una llamada que sin vergüenza alguna hablaba también del dinero necesario para que operasen a su hijo. Rápidamente condujo hasta Barcelona y allí tomó el primer avión rumbo a México. Al cabo de muchas semanas regresaron a casa. Una ambulancia esperaba en el aeropuerto. Algunas intervenciones quirúrgicas después madre e hijo se sentaron por primera vez al otro lado de mi mesa. Él era el vivo retrato de los supervivientes de Auschwitz, un saco de huesos coronado por un cráneo desde el que dos enormes ojos ajenos a su edad me miraban sin ver.

C. vino a la Agencia el otro día. Apoyó las muletas a ambos lados de la silla y me sonrió con una mueca. Además del asunto profesional que nos llevamos entre manos volvió a preguntarme por algunas aplicaciones del iPhone de las que habíamos hablado en ocasiones anteriores. Su mirada conservaba la huella del dolor y recuerdo que pensé que ya nunca desaparecería de sus ojos. Al despedirse me dio la mano y a continuación salió a la calle mecido como yo, como tú, por la corriente.

Somontano

domingo, 8 de enero de 2012

Estaciones

Llevo a mi hija de diecinueve años a la estación de autobuses. La Navidad ha terminado.

sábado, 7 de enero de 2012

Carrer Major

Sucedió esta mañana. Era el primer día de la temporada de rebajas y el carrer Major rebosaba de gente. Yo esperaba a Maite en la esquina de Cavallers, al lado de Zara, cuando me fijé en una mujer que caminaba en mi dirección. Lloraba. En su mano derecha llevaba un pañuelo de papel. Vestía un uniforme de trabajo negro, tal vez un traje de camarera. Pasó a mi lado sin mirarme y siguió su camino. Yo me di la vuelta con la discreción a la que estamos habituados todos los hombres y la vi alejarse calle arriba.

jueves, 5 de enero de 2012

Si no tienes miedo

El viento agita violentamente
la cortina exterior de la terraza.
Es basta y rudimentaria,
un apaño que inventé
para que el sol del verano
no convirtiese la buhardilla
en un horno. Ahora
el viento la vapulea contra el cristal
y yo contemplo su ira
sentado ante mi mesa,
libre, gordo y a salvo
de las inclemencias de
la meteorología,
no del tiempo.
Todo es tan absurdo.
Los espejos en primer lugar
y después, si no tienes miedo,
el corazón.