jueves, 31 de diciembre de 2009

Musgo

La lluvia nos acompañó durante todo el viaje, una lluvia suave y constante que continúa cayendo en la noche que cubre los bosques que nos rodean. Mis padres, hermanos y sobrinos vinieron ayer a la casa y a nuestra llegada el lugar ya había sido ocupado por el clan, diecinueve personas más otra que crece en el vientre de su madre. Dentro de unas horas cenaremos y brindaremos para que el nuevo año que comienza sea benévolo con nosotros. Si la leña arde en la chimenea y la lluvia empapa el musgo en la oscuridad, ¿cómo no tener esperanza en el futuro?

martes, 29 de diciembre de 2009

Toki Ona

Todavía no ha llegado el paso de año nuevo y ya comienzo a elaborar mi lista de buenos propósitos. Siempre es la misma, lo que dice mucho de mi escasa fuerza de voluntad, y también siempre sostengo cierta esperanza en cumplirla, lo que dice algo de mi ingenuidad. Pero ahora es momento de envolver regalos y comenzar a preparar el viaje de pasado mañana a Toki Ona, que significa «Lugar bueno» en euskera. El propósito principal de mi lista, teniendo en cuenta las comidas y cenas que me esperan, deberá esperar a los Reyes Magos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

De clérigos

Nunca presto mucha atención a las proclamas y doctrinas de los clérigos católicos, al fin y al cabo a mí no me conciernen, no soy miembro de ese club y no otorgo autoridad alguna al papa o los obispos, del mismo modo que no otorgo ninguna autoridad a los demás representantes de las otras ofertas religiosas actuales. Los observo con curiosidad, eso sí, pues no deja de sorprenderme el empeño que tienen todos ellos en que quienes no creemos en sus supersticiones actuemos exactamente como ellos dicen, una falta de respeto verdaderamente inaudita.

Hoy he leído que el papa, apoyando un acto de los obispos españoles en defensa de la familia (de la familia «católica», habría que precisar), ha dicho lo siguiente: «La familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos". Ahí queda eso. Lo primero que he pensado es en mi familia, claro. Yo estoy casado con una mujer y tengo dos hijos. Es cierto que intentamos inculcarles valores que hagan de este mundo un lugar más justo, más humano, más decente, pero esos valores huyen drásticamente de la religión para acercarse a la razón, la ciencia, el arte, la sensibilidad, el sentido de la justicia. En la escuela de mi familia enseñamos a nuestros hijos que para formar una familia sólo hace falta amor y responsabilidad, no dos sexos determinados y unas normas pautadas por el sanedrín. Así que se da la paradoja de que yo cumplo la palabra del papa, pues inculco a mis hijos valores que dignifican a la persona, pero la cumplo en dirección distinta a la que su secta propone, pues mis valores comienzan por el rechazo a cualquier religión, un rechazo proporcional al impulso de la curiosidad, la investigación, las preguntas sin respuesta previa, la evidencia de que nuestra vida es una experiencia absolutamente personal. ¿Nihilismo? No: exploración.

Hace tres o cuatro años regresaba del colegio de mi hijo con él de la mano cuando un compañero suyo que caminaba a nuestro lado y que asistía a la catequesis previa a la comunión le preguntó: «Oye, Miramón, ¿qué os enseñan en la clase de Ética?». Carlos contestó: «Pues que tenemos que querernos todos y ser buenos y todo eso, pero sin Jesús ni la virgen».

¿He escrito que no suelo prestar mucha atención a los curas? ¿Opinas que parece mentira después de lo que acabo de escribir? Bueno, en mi descargo diré que es lo primero que redacto al respecto en todos estos años, y añadiré: si ningún católico está obligado a divorciarse, si ningún católico está obligado a casarse con una persona de su mismo sexo, si ningún católico está obligado a hacer esto o lo otro, si efectivamente los católicos pueden hacer lo que quieran según sus preceptos, ¿cómo es posible que el resto de la población debamos asumir como algo normal que ellos pretendan convertir en ley general sus dogmas y creencias, sus valores, su doctrina? ¿Cómo es posible que debamos aceptar eso?

Cuando he leído que el señor Rouco Varela afirmaba que sin las familias cristianas España y Europa se quedarían prácticamente sin hijos, sin futuro biológico, me he dado cuenta de la verdadera dimensión de la desesperación de su iglesia. ¿Acaso no tenemos hijos quienes no creemos en ningún dios? Sí, los tenemos. En realidad, ése es su verdadero problema.

domingo, 20 de diciembre de 2009

De pájaros

Por la mañana fui con Paula al huerto de un amigo a recoger leña de almendro. Al paso de nuestro coche se espantaban bandadas de pajarillos grises en los arbustos junto al camino; en los ralos campos verdes se alimentaban garcetas blancas y, mezcladas con ellas, media docena de circunspectas avefrías.

Al llegar a la finca aparqué junto a la caseta y di voces para hacernos notar. Ángel y su padre vinieron a nuestro encuentro. Llenamos el maletero de leña y, tras darles sinceramente las gracias, fuimos a la sierra de San Quílez a recoger piñas y pequeñas ramas para encender. Detrás de un gran pino derribado por el viento descubrimos el esqueleto de un perro o un zorro, su cráneo intacto, sus costillas blancas sobre el musgo de la ladera.

De regreso a casa vimos picarazas y cuervos en los campos labrados. En la lejanía se escuchaban disparos de escopeta, ladridos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fría y blanca

La noche es fría y negra. Las ventanas de la colmena se irán apagando de una en una hasta ceder el testigo de nuestra existencia a las pálidas, pequeñas, amarillas luces de las farolas en las calles desiertas. Más allá, en campo abierto, la humedad cristaliza minuto a minuto. Pronto vendrá la aurora fría y blanca.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dorm, fillet meu

El lunes escuché una preciosa adaptación de «Lágrima», un tema para guitarra de Francesc Tàrrega, en el programa «Música sobre la marcha», de Radio Clásica. Desde entonces no hago más que cantarla. Pertenece al disco «Nou de Tàrrega», de Manel Brancal, editado por la Universidad Jaume I. He extraído la canción del podcast del programa disponible en la página web de Radio Nacional. Canta Arantxa Domínguez y toca el piano Michel Llorens. «Duerme, hijito mío, duerme sin miedo, mira la luna vestida de espuma, fanal del mundo».

sábado, 12 de diciembre de 2009

Otro planeta

Al fin ha llegado el frío, el frío de verdad, el frío que en este territorio significa niebla, escarcha helada y temperaturas bajo cero. Ah, qué ganas tenía. Cuando ayer por la mañana vi que el termómetro del coche señalaba un grado negativo bajé la ventanilla durante un rato y fui feliz. Los inmensos volquetes amarillos de ruedas altas como una persona, tan parecidos a camiones de juguete, iban y venían a lo largo de las obras de la futura autovía, la luz de sus faros atravesando la bruma a duras penas. Durante un instante tuve la sensación de estar contemplando los trabajos de colonización de otro planeta.

Después del ensayo

lunes, 7 de diciembre de 2009

Escribo esto

Desde el colegio del otro lado de la calle llegan los maullidos y gritos de una gata, ¿es posible que esté en celo en pleno mes de diciembre? Suena el teléfono. Es mi hija, que me llama para que vaya a buscarla. Me visto rápidamente, bajo al garaje, arranco el coche y salgo a la calle desierta. Había olvidado lo agradable que es conducir a través de Zaragoza de madrugada. A medida que voy acercándome al centro comienzo a ver más gente en las aceras: algún caminante solitario, parejas, grupos de jóvenes. Paula me espera en el lugar acordado. Veo que se está despidiendo de su amigo y hago descender el cristal de la ventanilla para ofrecerme a acercarle a su domicilio. Me dice que gracias pero no, que no hace falta. Ella entra en el coche, se sienta a mi lado. Qué guapa está. Jamás imaginé que tendría una hija. Jamás imaginé que sería así. No le digo nada y enfilo la avenida. Los semáforos se ponen rojos y verdes ajenos a la ausencia de tráfico. Paula me cuenta algunas cosas, algunas dudas, lo que han cenado, me dice que tiene mucho sueño. «En cuanto lleguemos a casa podrás irte a la cama, cariño», le digo. Conduzco como si estuviese tocando un violoncello, como si estuviera escribiendo a máquina, como si me dejase llevar por la corriente de un gran río. El navegador de mi cerebro me hace girar en la siguiente calle, tirar recto hasta la rotonda del final y después torcer a la izquierda. Ayer hacía lo mismo al volante de un viejo Seat 127, el corazón henchido de felicidad e ignorancia. ¿Ayer he dicho? ¡Hace más de veinticinco años! Ya hemos llegado. Pulso el mando a distancia de la puerta metálica, entro en sus fauces, maniobro para aparcar. Mi hija y yo atravesamos a pie el garaje de los zombis, aunque ella está tan cansada que ni siquiera es consciente de que conmigo está a salvo. Subimos en el ascensor. Llegamos a casa. Los desesperados maullidos de los gatos siguen alcanzándonos desde las instalaciones del colegio que hay al otro lado de la calle. Me sirvo un whisky con hielo, abro la tapa del MacBook, escribo esto.