miércoles, 17 de mayo de 2017

Corre, huye

Hoy ha sido el cumpleaños de Maite. Nunca celebramos nuestros cumpleaños en la intimidad salvo cuando, como sucede en Mayo, se reúnen muchos y hacemos alguna comida en el huerto de mis padres, si se tercia.

Somos sosos. Nunca nos regalamos nada ni hacemos nada especial. Nos damos un beso en la boca y nada más, como cada día, y ya está. Ni siquiera hay tartas con velas, no hacemos absolutamente nada especial, ya digo: somos muy sosos en estas cosas.

Ojo, nos parece maravilloso que existan personas que celebran sus cumpleaños con todo tipo de bonitos detalles, regalos y sorpresas como si ese día fuese el último del mundo -y en realidad nada indica que no pudiera serlo realmente, pues ni los meteoritos ni los zombis respetan nada. Pero no es nuestro rollo. En fin.

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Los vencejos han regresado de África. En Binéfar jamás, durante los quince años que viví allí, vi vencejos, la gente les llamaba así (o golondrinas) pero eran aviones comunes, más pequeños y de pecho blanco o amarillo pálido, en el alero de nuestra casa de entonces teníamos varios nidos que nunca quisimos destruir (vivían allí antes que nosotros).

Aquí en Barbastro sí hay vencejos de verdad, más grandes que los aviones y de alas aceitosas en forma de guadaña. Hace muchísimos años que no veo golondrinas. Los confundimos porque su aspecto y comportamiento es muy similar: al caer la tarde sobrevuelan los edificios y tejados de la ciudad cambiando de dirección en una milésima de segundo, haciendo quiebros y requiebros bajo el cielo chillándose unos a otros como en un vertiginoso juego aéreo, un comportamiento que comparten todas las aves pertenecientes al orden de las paseriformes y cuyas especies son un poco difíciles de distinguir salvo si te fijas con atención.

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La llegada de los vencejos y aviones comunes que chillan sobre el río al caer la tarde señalan el fin de las temperaturas ligeras que me gustan y la llegada de las altas temperaturas que odio. Pero tras casi cincuenta y cuatro años ya debería comenzar a aceptar la realidad, ¿no es verdad?

Suda sin quejarte. Mira: mejor: adelgaza y sudarás menos. No te arranques mechones de pelo porque se aproxima el verano, no golpees tu cabeza contra las paredes, no te encojas en la bañera llena de agua fría.

Mira: mejor: abandona tu vida en este país condenado a ser un desierto, toma de la mano a tu compañera y viaja hacia el Norte en dirección al círculo polar ártico. Corre, huye sin mirar atrás.

2 comentarios:

arponauta dijo...

para mí verano es igual a muerte desde que soy bien pequeña, amarillo muerte.
querría "estiar" hasta octubre y entonces despertar con cierta esperanza :-(
estoy acojonada desde ya, ante los meses venideros :-(((

Jesús Miramón dijo...

Amarillo muerte. Amarillo cosecha (un sinónimo). La recogida del trigo y la cebada es el final de una generación vegetal muerta de sol, muerta de un verano mortal en estas latitudes.

Los turistas extranjeros lo aman mientras Arponauta y Jesús Miramón lo odian. Será porque ellos vienen y se van. Pocos soportarían un verano entero en el valle del Ebro, muy muy lejos del mar.

Un beso.