miércoles, 9 de marzo de 2011

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Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Los huesos de nuestros muertos no deberían estar aquí, ni los cementerios ni los túmulos ni las iglesias ni los pozos naturales al fondo de una cueva sellada desde hace veinte mil años. Las raposas no deberían estar aquí. Las palomas comunes, y todavía menos las tórtolas turcas, no deberían estar aquí. Las truchas no deberían estar aquí, ni las cigüeñas ni las torres de alta tensión ni el río que corre bajo el puente de la autovía por donde circulo, a ciento diez kilómetros por hora, cada día ida y vuelta. Las nubes no deberían estar aquí. Las montañas de blancas cimas nevadas no deberían estar aquí. No deberían estar aquí los tigres siberianos, no deberían estar aquí los fósiles de los dinosaurios, no deberían estar aquí los almendros en flor. No deberían estar aquí las dunas, los oasis, las ciudades desaparecidas, no debería estar aquí la sabana, no deberían estar aquí los bosques, la selva, los manglares, las playas donde se bañan elefantes, búfalos e hipopótamos, no deberían estar aquí las ballenas, los delfines, las morsas, los esquimales. Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Nada de todo esto debería estar aquí.

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