domingo, 6 de febrero de 2011

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A media mañana fui a la sierra a recoger ramas y palos entre los restos de la tala del pinar. Por alguna razón recordé a mis hermanos, de quienes no tenía noticias desde hacía mucho tiempo, así que allí mismo decidí telefonear a los tres. Primero hablé con mi hermano C., quien andaba de excursión en Monrepós con su familia y unos amigos, rodeados de nieve. Después llamé a mi hermana S., a la que sorprendí dando fin a uno de los legendarios desayunos dominicales de su clan; ¡estuvimos hablando durante casi una hora! (ella y mi amigo C. son las dos únicas personas del mundo con quienes soy capaz de estar tanto tiempo al teléfono). A continuación marqué el número de mi hermano J., que estaba plantando árboles en su jardín, exactamente un manzano, un ciruelo, un almendro y un cerezo; me hizo feliz encontrarle animado y de buen humor. Cuando colgué me quedé quieto y escuché el silencio del bosquecillo, roto de vez en cuando por los graznidos de las picarazas. Luego seguí recogiendo leña menuda para encender, no demasiada, sólo la necesaria para dos o tres fines de semana.


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