martes, 19 de octubre de 2010

Decimonoveno día

Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.

12 comentarios:

Ofelia Gasque Andrés dijo...

Muchas cosas se hacen bien y esta también.
Tienes un trabajo que en muchas ocasiones es como el de ser un Rey Mago.
Me alegro mucho.
Besos***

Jesús Miramón dijo...

OH, no, Ofelia, no, en ocasiones nos toca decir que no se puede o que no se tiene derecho o que algo así no está contemplado, etcétera, etcétera. No siempre las personas se levantan contentas al otro lado de mi mesa. Besos.

javimar dijo...

De todas formas es un rayo de esperanza, una señal de que no todo va a ir mal en este puñetero siglo...

Diva Gando dijo...

Me he quedado hororizada con lo de la inyección... que bruto...

Elvira dijo...

Menos mal que esta vez pudiste ayudarla. Debe ser muy frustrante ver claro que se debería hacer algo y no tener las herramientas para hacerlo.

Si un día tengo un problema, querría encontrarme a un funcionario como tú detrás de la mesa.

Un beso

Jesús Miramón dijo...

Más que para hablar de mi trabajo -al fin y al cabo los derechos y posibilidades de la legislación son los que son, yo no puedo actuar sobre eso más allá de tratar a las personas como me gustaría que me trataran a mí o a mis seres queridos-, escribí esta historia para retratar un caso cierto de maltrato, una tragedia familiar que las víctimas arrastrarán toda la vida. La señora puede respirar tranquila ahora, es tristemente feliz por la desaparición del miserable que la humilló y vejó sin piedad, pero nadie le devolverá los años de su mejor edad que el monstruo le arrebató, a ella y su hijo.

Un abrazo.

Portarosa dijo...

Qué horror.

Menos mal que ahora puede estar tranquila, la pobre.

Un abrazo.

estrella dijo...

Gracias, Jesús, gracias y otra vez gracias. Por lo que haces y por tus palabras.
Es tan doloroso lo que sucede con la violencia contra las mujeres, tanto...
No sé si has sabido lo que sucedió en Tarragona hace tres días. Aún me duele por los adentros aunque no conociera de nada a esa mujer y sus dos nenitos. Así que leerte ha sido como un abrazo. Para mí, porque ¡qué quieres! me duele y me revuelvo con tanta violencia y para las mujeres que la sufren en su cuerpo y en su alma.

Buen tarde para ti, para todos los que asomen por este lugar.

Jesús Miramón dijo...

Leí lo que sucedió en Tarragona, el asesino mató a su mujer y sus dos hijos de entre cuatro y seis años y después los cubrió de cal viva. Qué horror y cuánta crueldad. Lo primero que nos viene a la cabeza es que son enfermos, personas taradas psicológicamente, pero resulta que luego son capaces de llevar adelante sus negocios o actividades laborales, a veces de tener amigos, llevarse bien con los vecinos, etcétera. Yo mismo he tenido frente a mí hombres con orden de alejamiento y parecían totalmente normales. La maldad existe, hay personas malas, hombres malos, mujeres malas, maridos malos y asesinos. Son los monstruos que acechan a la luz del sol.

Berna Wang dijo...

no, no, no, no. No son monstruos. Porque considerarlos monstruos lleva a la terrible lógica de «no son humanos, luego no tienen derechos humanos». De ahí a la pena de muerte no hay ni un milímetro.

Son humanos. Tanto como las personas buenas. Porque los seres humanos somos así, capaces de lo más sublime y de lo más abyecto.

Y yo, particularmente, pienso que somos buenos, que la gente mala ha padecido un sufrimiento que yo no podría imaginarme. No los excuso ni los justifico, que conste. Ni siquiera los defiendo.

Mirarles como a monstruos les degrada a ellos, pero a nosotros también, creo yo...

Berna Wang dijo...

Estooo... Que no quería ponerme tan radical, pero no me sé explicar mejor esta tarde...

Jesús Miramón dijo...

Entiendo lo que quieres decir, Berna, pero para mí los verdaderos monstruos siempre son humanos, no está en mi intención arrebatarles esa característica porque entonces también les arrebatas su responsabilidad. Siempre he estado en contra de la pena de muerte, entre muchos motivos porque es un castigo irremediable, sin posibilidad de ser corregido en caso de error, esto entre otro motivos, insisto.

La mayoría de la gente es buena, lo sé, cada día trato con decenas de personas y he conocido historias sencillas y anónimas de una categoría moral alucinante, millones de personas hacen el bien desde que se levantan hasta que se acuestan sin ser conscientes de ello. Pero también existe gente mala, y sí que pienso a menudo que pueda deberse a un fallo orgánico, no sé, la falta de una enzima cerebral o algo así, no tengo ni idea, pero existe, hay personas muy malas y la historia está plagada de casos individuales y colectivos, casi inimaginables de puro horror.

Un beso, Berna, me alegro mucho de verte por aquí.