martes, 6 de mayo de 2008

Sin título

No sé qué ha sucedido pero el sistema de iluminación de las calles de Binéfar se ha apagado durante un rato, no funcionaba. Sí lo hacía, curiosamente, el de las casas, cuyas ventanas eran las únicas fuentes de luz en medio de la noche. Los cuatro nos hemos asomado a la terraza. Resultaba extraño verlo todo tan oscuro. Yo no llevaba más que un pantalón corto y he sentido frío en la espalda desnuda. En realidad, ahora que ya se ha solucionado, me doy cuenta de que las farolas sólo emiten un fulgor amarillento que baña las fachadas y los muros; parece mentira que tan poca cosa pueda, sin embargo, hacer invisibles la mayoría de las estrellas que salpican el firmamento y que durante el apagón han resucitado, muertas hace millones de años, con tal conmovedor anhelo de eternidad.

2 comentarios:

Miranda dijo...

Cuando yo era pequeña, en la prehistoria, en mi pueblo no había luz por las calles a partir de las diez.
Había unas farolas pequeñas, pero luego a las diez las apagaban.
Si se tenía que ir a alguna parte, por ejemplo el médico, había que llevar un faroluco de aceite o con vela, que se vendían en las tiendas.
Había linternas, claro, pero pesaban tanto que eran una pelmada y además muy caras.

Una noche volvimos la tata y yo de casa de Doña Adelita muy tarde, porque estaba mala y no la queríamos dejar sola hasta que volviera el hijo de trabajar (era practicante en una mina por turnos) y fuimos las dos de la mano agarradas, con el farol delante colgado del paraguas, y parecía que las casas eran otras, o que estábamos en otro sitio todas perdidas. Qué miedo!!!

Beso.

Jesús Miramón dijo...

Es que en este hemisferio del planeta hemos perdido la costumbre de la oscuridad. Hasta por la noche nos acompañan los leds de las máquinas. Como tú dices, ayer durante un rato pareció que estábamos en otro lugar, en otra época, hace mucho tiempo.

Un beso.