sábado, 26 de enero de 2008

Después del ensayo

Cuando voy a pagar me siento un poco culpable al ver a las camareras del Chanti apoyadas en la barra con gesto cansado y aburrido, esperando. Les pido disculpas por cerrar el bar un viernes más y ellas, que ya nos conocen después de tantos años, me sonríen y me dicen que no pasa nada. Claro, qué van a decir.

Antes de ese instante hemos estado charlando sobre esto y sobre lo otro, sobre la necesidad o no de los viajes de estudios en los institutos, sobre nuestra dependencia actual de la tecnología, sobre si el oído musical es algo con lo que se nace o se puede aprender, sobre la dificultad del repertorio que estamos preparando.

Y antes estábamos cantando en el local de ensayo: todos juntos, por cuerdas, ahora sólo mujeres, ahora hombres, ahora tenores y contraltos, ahora bajos y tenores, ahora sopranos y contraltos repitiendo los nuevos pentagramas una y otra vez hasta aprenderlos y hacerlos nuestros.

Y antes me ponía la chaqueta y el abrigo delante de la puerta de mi casa, me despedía de mi familia, bajaba las escaleras de dos en dos, salía a la calle con las carpetas debajo del brazo y me dirigía a cantar, a cantar.

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