jueves, 15 de noviembre de 2007

La señora Poilov

Del menú del día escojo espaguetis a la marinera y bacalao al horno. He tenido suerte porque todas las mesas pequeñas estaban ocupadas y me han habilitado una grande que me permite leer el periódico más cómodamente. Delante de mí ocho jóvenes del este de Europa, no sabría decir si rumanos, búlgaros o ucranianos, comen garbanzos y beben vino alegremente. Casi todos llevan el pelo cortado al cero y tienen el cuello robusto y musculoso.

Esta misma mañana atendí en la oficina a una mujer rusa de unos sesenta años. Venía a cambiar su apellido: Poylov por Poilov. Me aclaró que antes el alfabeto ruso se transcribía con la grafía francesa y ahora se hace con la inglesa. Le comenté que últimamente me estaba familiarizando con los apellidos rusos. Me preguntó por qué y le contesté que estaba leyendo un libro terrible pero magnífico, uno de los mejores que se habían cruzado en mi camino en los últimos años. “¿Cuál es?”, preguntó. "Vida y destino, de Vasili Grossman”, contesté. Sonrió y sus ojos más transparentes que azules se iluminaron. “Oh, pero yo lo he leído”, dijo, y añadió: “¿Le gusta la literatura rusa?”. “Sí, uno de mis escritores favoritos es Chéjov”. Entonces rió sin timidez haciendo que mis compañeros y otros clientes se volviesen a mirarnos durante un momento. “¡También es el mío!”, exclamó. Estuvimos hablando de Chéjov (¿nos gustaban más sus cuentos o su teatro, la dama del perrito o el jardín de los cerezos?), de Tolstoi, de Grossman, de Dostoievski. Hablamos también del pueblo ruso, ella dijo: "El alma rusa no conoce el punto intermedio de las cosas, somos todo o nada, mansos o violentos, revolucionarios o serviles durante generaciones, ¡así nos ha ido a lo largo de la historia!". Antes de irse preguntó si me importaba decirle mi nombre, se lo dije, cómo no, y al despedirse dijo: "Adiós, Jesús, mucho gusto en conocerle". "Igualmente", le dije yo, "adiós, señora Poilov".

El camarero regresa con los espaguetis humeantes. Tienen buena pinta. Le doy las gracias, me sirvo un vaso de vino. Al otro lado del cristal el río Vero fluye tranquilamente hacia el mar. Abro el periódico a la izquierda del plato y empiezo a leer y comer al mismo tiempo.

6 comentarios:

Portarosa dijo...

Fantástico.

Eso te reconcilia (en el caso de que te hayas peleado) con los hombres (que es contigo), ¿no crees?

Un abrazo.

P.S.: No me resisto a contar una anécdota de hace años, que también tiene que ver con los rusos y la lectura:
En un quiosco de prensa en Heraklio (Creta), me llamó la atención la cantidad de literatura "buena" que había, sobre todo rusa. Le pregunté al dueño y me dijo que era lo que leían las numerosas prostitutas rusas que había en la ciudad.
Las dos caras de la moneda, supongo. A mí fue algo que me removió bastante por dentro.

Jesús Miramón dijo...

Qué anécdota más deslumbrante, Portorosa, me ha gustado mucho, ¡y en Creta! Qué cierto es que habitamos el mundo poéticamente.

Un abrazo.

Luis Rivera dijo...

Suena a un fragmento de Pasternak. Parece que hayas absorvido un aire de literatura rusa.

Jesús Miramón dijo...

Qué más quisiera, Luis, qué más quisiera. Yo leí bastante literatura rusa en la adolescencia y primera juventud, los clásicos que editaba Austral o la Biblioteca Básica de Salvat-libros RTV (la primera vez que leí a Chéjov fue en esta colección, en una antología de narraciones traducidas por Laín Entralgo: lo he buscado y todavía lo conservo, lo compré el 12 de junio de 1979, apunté la fecha en la primera hoja en blanco, tenía dieciséis años). Tiempos de descubrimientos. Aunque todavía no han terminado: quiero recomendar encarecidamente el libro que comento en el texto, "Vida y destino". Hacía mucho tiempo que no leía una novela tan maravillosamente bien escrita.

Un saludo.

Anónimo dijo...

No sé quien es Pasternak; no he leído a Chejov ni hasta ayer sabía de qué iba la Iliada. Supongo que tengo todavía mucho tiempo para aprender muchas veces, pero cuando dudo de algo, o necesito luz te llamo preguntando porqué sé que tú eres mi avanzadilla. Te quiero.

Jesús Miramón dijo...

Y yo a ti, querido amigo, aunque estemos lejos. Un beso (y la próxima vez que vengas a visitarnos te llevas a Chéjov).